De uno de los libros más lindos que leí en mi vida, Celebraciones. Me lo prestó Federico Falco. Los dos somos admiradores de la obra de Michel Tournier. Habla en este ensayito, del cual reproduzco un fragmento, acerca de un rostro, el de una de mis escritoras favoritas: Marguerite Duras. Puede ser el rostro de cualquiera de nosotros, si el rostro fuera ese lugar en el que no sólo se inscriben los rastros de la sangre cierta (la memoria, el linaje, whatever it´ll be) sino también la extrañeza... eso que Freud llamó "umheilich"(lo siniestro)... ¿por qué otra razón escribiríamos?
Siempre hay que volver al rostro de los escritores. Pasarse horas y horas ante una página en blanco, que una mano cubre de signos mentirosos, es un gesto que no queda impune. Tampoco queda impune nacer en un rincón perdido del Vietnam, de un padre moribundo y una madre algo loca. Mirad buen ese rostro. Antes hablaba de un fruto exótico, asiático. Es cierto que ella tiene los ojos rasgados, los pómulos altos, y esa frente cuadrangular que se encuentra entre Cantón y Tcheng-tou, mientras que su hermano mayor, el odiado, tiene un rostro ciento por ciento europeo (…) Supongamos que haya habido por parte de Marguerite Duras, en un reflejo de piedad filial muy respetable, un salto de una generación. Supongamos que el chino de la limusina negra, quince años antes, fuera a esperar no a la adolescente, sino a la joven mamá, siempre algo descuidada, que se siente sola porque su marido no acaba de morirse. Entonces esa breve y estremecedora novela no debería llamarse “El amante” sino “El padre”. Un padre odiado porque es amarillo, porque compromete a la madre “caída”, y compromete a la hija que lleva en su rostro euroasiático la vergüenza de su origen. ¿Una nueva mentira? ¿Una tercera novela? La misma novela apenas retocada.
MICHEL TOURNIER: Celebraciones
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