21.1.11

La melancolía y sus monstruos



¡Adoro el mundo gótico! Los castillos, los pasadizos, las locas encerradas en la torre, las intrigas, los amores clandestinos, todo ese mundo de misterios encriptados que configuran el modus narrandi de una cierta erótica. Héroes monstruosos -de Drácula a Frankenstein, o toda la literatura licantrópica que abunda en el romanticismo y reproduce el cine con libre albedrío- condenados a la marginalidad por aquellos sentimientos que suscitan sus presencias: miedo y atracción en iguales dosis, el horror del espejo.
María Negroni es una de mis poetas preferidas, y una de las mentes más lúcidas del campo literario argentino. Acá bajo un fragmentito de la entrevista que le hicieron en Ñ.


"En la literatura fantástica, lo femenino es casi lo único que importa"


La ensayista y poeta argentina, radicada en Nueva York, acaba de publicar Galería Fantástica, donde analiza relatos de Carlos Fuentes, Rosario Ferré, Felisberto Hernández y Cortázar, entre otros, como derivados de la literatura gótica.


Por: CECILIA BOULLOSA. Especial para Ñ.

"La literatura gótica y fantástica, como la poesía, no intentan imponer certezas, al contrario, miran el mundo con cautela, asombro, perplejidad", dice Negroni.
No sólo de libros está llena la biblioteca de María Negroni. Aquí y allá, perdidas entre los estantes, hay muñecas antiguas, de esas de caras blanquísimas, ojos fijos y vestidos de organza ("Me encanta todo lo que tiene que ver con la infancia. Si no fuera escritora, sería coleccionista de juguetes). Las muñecas —dobles, miniaturas frías— también llenan muchos de los relatos que componen Galería Fantástica, ganador del VI premio de ensayo de Siglo XXI. En él, Negroni postula a la literatura fantástica latinoamericana como una deriva de la literatura gótica y toma como ejemplo de este vínculo relatos de Carlos Fuentes (Aura y La muñeca reina), Silvina Ocampo (El impostor), Felisberto Hernández (Las hortensias), Julio Cortazar (Las babas del diablo) y Alejandra Pizarnik (La condesa sangrienta), entre otros. A ambas literaturas —la fantástica y la gótica— les atribuye la particularidad de encarnar una formar de resistencia "a las cárceles de la razón y del sentido común" y de construir su "propio arsenal de oposición a la moral soleada (y petrificante) del statu quo".

-¿Cómo surge el proyecto de Galería Fantástica?-Empieza con la escritura de Museo Negro (1999), mi libro sobre el gótico norteamericano y europeo, en donde analizo textos como Otra vuelta de tuerca, de Henry James, Frankenstein y El retrato de Dorian Grey. Por esa época tenía una especie de radar para detectar los textos que en América Latina tenían características similares. Leí Cagliostro, de Huidobro, Bomarzo, de Manuel Mujica Laínez y me di cuenta de que los cuentos o relatos latinoamericanos tienen muchos elementos del gótico, que es algo que no había pensado antes. Aparecen muchos motivos repetidos. Están los científicos desmesurados, los artistas, el tema del doble, la relación entre el artista y la creación...

-Decís que a Silvina Ocampo le cabe el mérito de haber creado el gótico campero.

-¡Claro! En el relato El impostor no hay un castillo en Escocia como aparecería en el gótico, pero sí un chacra en el medio del campo que tiene muchas semejanzas. La casa está en ruinas, llena de filtraciones de agua, hay altillos que guardan los recuerdos de los ancestros, la cajita de música. Podría ser un revival de la casa de Una vuelta de tuerca, de Henry James. Pero además de los motivos repetidos, que aparecen y mucho, lo que verdaderamente me interesa es cierto carácter de resistencia que tienen estas literaturas frente a lo convencional. Ponen todo el tiempo en entredicho, desestabilizan las nociones con las que en general nos acercamos a la realidad, las categorías de tiempo, de espacio, de sujeto. Hay una especie de celebración de un mundo impreciso.

-Es como si el gótico y el fantástico ensancharan el mundo.

-No, no lo ensanchan, el mundo es ancho, lo recuerdan. Recuerdan que hay una parte oscura, que no sólo tiene que ver con los vampiros y el terror, sino con el mundo del deseo, el mundo de lo no controlable, de lo no articulable. Un mundo que está todo el tiempo tensando desde abajo, como en el relato de Poe, La caída de la Casa Usher, donde la hermana del protagonista, Lady Madeline, golpea desde abajo, recordando que allí hay algo que está vivo. Generalmente lo que está tensando ahí abajo, lo que está pulsando y latiendo, tiene que ver con lo femenino. No necesariamente con el cuerpo de una mujer, sino con una zona que se le escapa a la palabra, la zona del deseo.

-También decís que es la literatura que más se acerca a la poesía, ¿de qué manera lo hace?
-Se para en el mismo lugar, en el lugar de lo que no se sabe. No hay poesía desde la certeza, es el género que por antonomasia cuestiona los fundamentos de lo real, desde el momento que cuestiona el instrumento mismo del acercamiento a lo real que es la lengua. No es casualidad que Baudelaire, el primer poeta de la modernidad, fuera traductor de Poe, todos los poetas del surrealismo francés admiraban la literatura gótica, Breton se hizo construir un castillo, que llamaba su castillo estrellado. La literatura gótica y fantástica, como la poesía, son conjeturales, tentativas, no intentan imponer certezas, al contrario, miran el mundo con cautela, asombro, perplejidad.

-Los relatos que elegiste también están llenos de jardines

- Pero no son jardines edénicos. Son jardines manchados, los jardines después de que Eva mordió la manzana. Están teñidos de la ambición de conocimiento, siempre hay un castigo latente cuando aparece el deseo de conocer. Los jardines del fantástico están cargados de deseo, muerte, sexualidad, temporalidad


(la nota completa acá)

20.1.11

La epifanía de la reina



Escribo tu intemperie, tu desierto, tu isla.
Una gran película sobre la soledad del poder y de la inteligencia.
Y un festín visual.
(Sorpresas del cable: "Elizabeth, la edad de oro")

9.1.11

Carne de cañón


Tengo frío, me dijo esa mañana límpida de abril. Le calenté un poco de café que había preparado la noche anterior y arrimé la taza a sus labios. Pela, me dijo, apartando la boca, y yo comencé a soplar suavemente el líquido. Ahora sí, me parece que está tibio, le dije y deposité el recipiente entre sus manos.

Desde el cuarto llegaba la melodía susurrante de un bolero. Aquellos ojos verdes, en la voz y el español camuflado de Nat King Cole.

Él también tenía los ojos verdes. Me gustaba merodear su pecho lampiño con mi lengua, olerle la colonia en la nuca, morderla suavemente. Le decía hermoso te amo, no se me ocurría un te deseo, todo era lo mismo, amar, desear, coger, un solo infinitivo para el mundo escueto que éramos. Y el tiempo, tan futuro ciego aun con el sol opaco que brillaba ese otoño, los pasos veloces en la calle, las celosías entornadas de los vecinos, el silbido de buitres merodeando su carne.

3.1.11

La aventura del hombre



Por Juan Forn

Dice Marshall Berman que, después de la aparición de su gran ensayo Todo lo sólido se desvanece en el aire, que fue la obra de su vida y publicó a principios de los años ‘80, se fue sintiendo cada vez más arrinconado por la obligación de publicar: “Crecí con la convicción de que un libro debe surgir de las profundidades del alma de su autor y lograr convertirse en un todo orgánico. Conseguí escribir un libro así. Como no pude hacer otro libro semejante, no publiqué más. No dejé de escribir, pero nada me parecía lo suficientemente bueno como para merecer el título de libro”. De hecho, el volumen titulado Aventuras marxistas, que reúne piezas sueltas que Berman fue publicando a lo largo de su vasta trayectoria intelectual, sólo apareció después de años y años de insistencia de su fiel editor inglés. Y, para su propia sorpresa, Berman descubrió que esas piezas conformaban mensajes escritos en una botella que se había enviado a sí mismo sin saberlo, a lo largo de los años.

Nacido en el Bronx, hijo de un judío trapero devorado por la pujanza del capitalismo norteamericano, el joven Berman se internó en el marxismo para dar sentido a la muerte de su padre: “Sólo analizando su vida pude entender la mía, imaginar quién quería ser en el mundo. Con el tiempo descubrí que estudiar vidas humanas es una de las grandes cosas para las que sirve el marxismo”. La obra de Marx es, para Berman, un formidable I Ching que todo lo contiene, si uno sabe qué preguntarle (y, por supuesto, con el tiempo siempre descubrimos que el I Ching no contesta la pregunta que le hacemos sino aquella que no sabemos cómo formular). Hay quienes usan así la obra de Shakespeare, o la de Kafka. Berman eligió la de Marx, sencillamente porque “es uno de los escritores más comunicativos de la historia, alguien que presentó las ideas más complejas de la manera más intensa y dramática, y nunca escribió en lenguaje excluyente (como suelen hacer quienes escriben sobre él) sino como un hombre que habla a los hombres”.

Berman entró en Columbia gracias a una beca pública y después fue a Oxford gracias a otra beca pública, pero desarrolló toda su carrera no en esos ilustres claustros sino en el City College, “entre estudiantes que, como yo, provenían de la clase trabajadora y de las calles de Nueva York”. A lo largo de todos estos años, en sus clases y en sus textos, Berman puso a dialogar a su época con Marx y logró generar en sus alumnos y en sus lectores lo que Marx generó en él: contagiar su visión del mundo haciéndonos ver en esas palabras nuestra visión del mundo. Se ha dicho muchas veces que leer y escribir son dos facetas de una misma actividad. Berman ha escrito y dado clase así siempre: en un diálogo simultáneo con el hombre que le enseñó a leer y con aquellos a quienes se quiere dirigir con lo que escribe, “como un hombre que habla a los hombres”.

Para Berman, Marx dejó la obra más elocuente de los tiempos modernos porque sigue explicando la realidad, nuestra realidad, como pocos, o como nadie. Esa elocuencia se debe a la amplitud del objetivo de Marx (la extraordinaria esperanza que implica un mundo donde el máximo objetivo del ser humano no sea explotar a los demás, a la naturaleza y hasta a uno mismo sino superar esa explotación) pero especialmente a la intensidad con que escenificó nuestra condición (entendiendo por nuestra condición el mundo capitalista: ese mundo que le tocó vivir a Marx y también a Berman, y a todos nosotros). Aunque El Capital esté firmado con su nombre, Marx lo presentó como una empresa colectiva y, en colaboración, que surgió del trabajo de cientos y miles de personas: una asombrosa multiplicidad de voces, ilustres y anónimas, de mineros y tenderos, políticos y filósofos, que aparecen unas pocas líneas o en prolongadísimos debates con él. Hasta el más acérrimo de sus adversarios reconoce hoy que nadie entendió más a fondo el capitalismo. Incluso el hecho de que El Capital haya quedado inconcluso es una buena prueba de ello: “¿Cómo podía concluirse si el capitalismo sigue vivo?”, dice Berman.

Esto no es una boutade, sino una convicción: “La visión del mundo en su conjunto es lo más vivo y estimulante que puede transmitir un escritor a través de su obra”, dice Berman. Esa visión, que suele ser menos tangible que su política, su economía, su religión, su ideología, es, sin embargo, más profunda, porque es lo que hace que la obra de un escritor mantenga elocuencia después de que su causa política, económica, religiosa o ideológica haya ganado, perdido o se haya apagado. Y ése es el Marx que Berman nos pone delante. “El inmenso poder del mercado en las vidas íntimas de los hombres modernos nos lleva a mirar la lista de precios en busca de respuesta a preguntas que no son realmente económicas sino metafísicas: preguntas acerca de qué vale la pena, qué es honorable, incluso qué es real. Aquello para lo cual hoy buscamos desesperadamente definiciones ya fue definido hace más de un siglo por ese hombre que debió convertirse en el mayor experto en el capitalismo para que alguna vez logremos darle un desenlace.”

Nos demos cuenta o no, nuestro capital espiritual sigue teniendo en su centro lo que nos dejaron los titanes atormentados del siglo diecinueve: Beethoven, Dostoievski, Van Gogh, Nietzsche, Baudelaire, Goya y siguen las firmas. Y el motor del capitalismo sigue consistiendo en aliviar a sus creyentes de la responsabilidad de sus acciones. Todos aquellos que hoy pueblan las infinitas oficinas y negocios y fábricas y depósitos de las grandes ciudades del mundo, identificándose alegremente con los dueños del capital hasta que la empresa o el mercado decreta la obsolescencia de sus habilidades (e ignorando alegremente mientras tanto que dan o reciben órdenes de personas que son de su propia clase por la sencilla razón de que comparten su misma vulnerabilidad), tarde o temprano, con la cabeza en la almohada o frente al espejo al despertarse, sienten el mismo rumor ensordecedor que resonaba en la cabeza de Dostoievski y de Marx, de Van Gogh y de Kafka, de Baudelaire y de Nietzsche. El extraordinario mensaje en la botella que nos hace llegar Berman con sus Aventuras marxistas es que no vivimos el fin de la Historia: en todo caso, somos el último capítulo hasta que logremos crear el siguiente. Una hermosa noticia para acompañarnos en el paso del último día del año al primer día del año que viene.
Aquí el link de la nota.

No todo lo sólido se desvanece en el tiempo



A Marshall B. lo conocí bajo el impulso de Roxana Patiño, entonces titular de la cátedra de Sociología de la obra literaria, a cuyas clases yo asistía como alumna oyente (mis horarios y exigencias de laburo no daban para una adscripción).

Tenía hambre de teoría, pues el plan 78 había proscripto toda lectura asociable al marxismo, estructuralismo, deconstructivismo y así cualquier istmo sospechado de ejercer una crítica política sobre los discursos de la cultura y el arte.

Encontrarme con Marshall en su libro “Todo lo sólido se desvanece en el aire” fue una especie de felicidad. Un viaje al corazón de la modernidad inventada por la burguesía. Y una de las experiencias de lectura más gratas de mi vida.

Disfruté el placer de seguir su novela del pensamiento, el vuelo y la soltura con que encaraba para mí un entonces autor imposible como Carlos Marx, cotejado y anticipado por el "Fausto" de Goethe.

El recorrido en la segunda parte de la trilogía Paris – San Petersburgo – Nueva York como ciudades emblemáticas del espíritu constructor/destructor de la modernidad despertaron mi deseo flaneur de transitarlas.

Pude hacerlo con la ciudad de Baudelaire y con la de Salinger (cfr, post en este mismo blog: Antes del 11S); aun tengo pendiente la de Nabokov.

En estos días, cuando ya casi había olvidado que pudiera tener alguna vigencia aquel texto de principios de los 80, con que el autor intentó exorcizar el dolor por la pérdida de un hijo, me encontré con un precioso artículo del escritor argentino Juan Forn sobre las "aventuras marxistas" del filósofo estadounidense. (Ver: La aventura del hombre)

Feliz comienzo de año recordando a Berman avec Marx by Forn.