29.12.11

Tratado de nomadología

 
Sobre todo, no pierdas tu deseo de caminar: Todos los días camino hasta encontrarme en un estado de bienestar y para evitar cualquier enfermedad; caminando he logrado mis mejores ideas, y no conozco pensamiento alguno, por gravoso que sea, del cual uno no pueda librarse caminando... si uno se sienta y se queda inmóvil, más posibilidades habrá de que se sienta enfermo... De manera que si uno sigue caminando, todo estará bien.
Soren Kierkegaard, Carta a Jette (1847).
 
 
Ilustración: El caminante sobre un mar de nubes, obra de Caspar David Friedrich

14.12.11

Emblemas


"Me interesa de manera especial el problema del grito, las mandíbulas bien abiertas, los dientes aguzados, rodeados de oscuridad y sin embargo atravesados por la luz y no por las caries. ¿Qué encuentra Francis Bacon de esencial en el grito?, ¿uno de los puntos culminantes de su pintura? Cuando alguien ríe o cuando alguien grita, enseña los dientes. Las fuerzas productoras del grito convulsionan el cuerpo y lo proyectan desde la boca, la convierten en un territorio singular, emblema puro de fuerzas invisibles e insensibles, desbordan al mismo dolor en sí mismo, desbordan la sensación que lo ha producido: ¿la virgen-murciélago de la Crucifixión de 1950? Su vulva, gigantesca en proporción a su cuerpo, deja un espacio pintado de oscuro, una vagina (probablemente) dentada".

Margo Glantz
"Saña""

25.10.11

Jardín



             
Describir en el umbral del día la escena de mi jardín semidesnudo,  dispersas las ramitas del nido a medio hacer. 
Contar una por una cada gota que salpica mis alegrías del hogar. 
Oh, mi exiguo jardín de las delicias.  La sobriedad del ojo que depura. 


22.9.11

Hembra

Desde que empecé a envejecer, comencé también a apreciar detalles de otros cuerpos envejeciendo: las texturas, los pliegues, las manchas y cicatrices. Rastros de una historia, al tiempo que señales de la progresiva molicie. El de ella acumulaba grasas en forma pareja, el cabello finito y raleado por las sucesivas tinturas, los ojos buscando implorantes el sitio de la voz. Pero estaba la piel, ese milagro de la genética y de su constancia. Que todos los días, tras el baño matinal y antes de acostarse, untaba copiosamente con crema Pons. Suave y lechosa, su piel parecía el último reducto de una delicadeza, no sofocada aun del todo por la frustración y la amargura en el verbo encarnado. Desde esa frontera porosa de su cuerpo al que iban deteriorando por dentro la enfermedad y el miedo, seguía hablando la potencia de existir. La soberanía de la hembra.


21.9.11

Tapies, poesía y concepto


Uno de mis artistas favoritos, en este video subido a youtube por esfespanol.

12.9.11

Escritura y recuerdo





Mario Levrero, escritor de culto, montevideano de principio a fin (1940 - 2004), escribió en "El discurso vacío" (Mondadori, Buenos Aires, 2011) estas palabras, que me dejaron pensando (gostosamente, como dicen en portugués nuestros hermanos vecinos y mis compatriotas de nacimiento):

"Cree la gente, de modo casi unánime, quer lo que a mí me interesa es escribir. Lo que me interesa es recordar, en el antiguo sentido de la palabra (igual a despertar). Ignoro si recordar tiene relación con el corazón, como la palabra cordial, pero me gustaría que fuera así.

La gente incluso suele decirme: `Ahí tiene un argumento para una de sus novelas`, como si yo anduviera a la pesca de argumentos para novelas y no a la pesca de mí mismo. Si escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la memoria del alma, y no invenciones."


8.9.11

Vidas privadas, cuerpos públicos




Tres años antes de quitarse la vida, JORGE BARON BIZA publicó la novela El desierto y su semilla, inspirada en su biografía familiar. Es la historia del itinerario sufriente de un rostro –el de Eligia, quemado por el ácido que le arrojó su esposo Arón, cuando firmaban los papeles del divorcio–; la del viaje iniciático del hijo de ambos –Mario Gageac–, quien acompaña a la mujer durante toda su recuperación; la de una identidad que, como ese rostro descarnado y mutante, busca un lugar, un sentido, un cierto tipo de verdad a partir de la tragedia de los padres.
El autor ejerce una voluntad extrema en la búsqueda de esa verdad. Como el retrato animalizado de Arcimboldo, El jurisconsulto, que reproduce la portada del libro y que un personaje aficionado a la pintura del siglo XVI analiza en el interior del texto, Baron Biza ensambla elementos de diversas procedencias: proclamas, artículos periodísticos, el relato de una batalla, oraciones fúnebres, citas literarias, y hasta un escrito con pretensiones académicas. Los lectores no tenemos que ir muy lejos para conocer el origen de esos materiales, pues el autor se encarga de consignarlos al final, bajo el título de Fuentes. Pero cómo, ¿esto no es una ficción?

Escribir el desierto

Los límites entre lo autobiográfico y lo novelesco son tan lábiles como la frontera entre lo privado y lo público. En esa inestabilidad radica la potencia perturbadora de la única novela de Baron Biza. Al rostro descompuesto de Eligia se le aplican colgajos y apósitos en su “etapa argentina”. Cuando viaja a Milán para ponerse al cuidado del doctor Calcaterra, el método no es cubrir sino raspar y quitar, hasta la desnudez del hueso, y dejar obrar a la naturaleza según su albedrío.

El cuerpo de la ficción, en cambio, se va poblando de restos; la lengua se contamina de cocoliche, expresiones latinas y del habla popular; la narración es intervenida por discursos de otros géneros: como el pez, como el pollito en la cara del jurisconsulto, se trata de componer una identidad que se disuelve en la pregunta: ¿cómo fue posible? Una pregunta que los argentinos nos hemos hecho más de una vez.

¿Cómo fue posible el coraje de Raúl Baron Biza, iconoclasta, yrigoyenista devenido revolucionario, escritor acusado de pornógrafo que sufrió la cárcel en varias oportunidades, y cómo el odio y la debilidad de ese hombre capaz de hacer construir, por amor y desesperación, un monumento faraónico para su primera mujer, la aviadora Myriam Stefford y de destruir, por amor y desesperación, el rostro de la segunda, Clotilde Sabattini, la hija del gobernador y madre de sus tres hijos?

¿Cómo es posible tolerar el horror, sobrevivir a la herencia, escribir después de la tragedia?
¿Cómo es posible construir una identidad en el desierto?

Si la metáfora del desierto ha sido frecuentada por la literatura argentina, también la violencia ejercida sobre los cuerpos es un estigma de nacimiento. El desierto... se inscribe en esta tradición de escritura que articula violencia y política para contar –¿para conjurar?– la historia del poder. Parece adecuada a este texto la síntesis propuesta por el escritor Ricardo Piglia, en el prólogo al libro La Argentina en pedazos: “Marcas en el cuerpo y en el lenguaje, antes que nada, que permiten reconstruir la figura del país que alucinan los escritores. Esa historia –por El matadero, de Echeverría– debe leerse a contraluz de la historia ‘verdadera’ y como su pesadilla”.

La semilla de Arón

Clotilde Sabattini, como Eligia, no fue una mujer de su casa, sino una activa profesora de historia que realizó algunos aportes importantes en el campo de la educación argentina y llegó a ocupar cargos públicos durante el gobierno de Frondizi. Pero antes de dar a conocer estos antecedentes, el narrador invoca el nombre de otra mujer, enterrada en secreto a pocos kilómetros del hospital milanés.

El ultraje las hermana. Y la privación de su identidad. Sus cuerpos no les pertenecen. Una es contraluz de la otra. Mientras Eligia lucha por recuperar algo de lo que ha sido, Eva Perón se entrega a la inmortalidad. El futuro urdirá otro encuentro –irónico, por cierto– entre Eligia y Evita: en las antípodas del peronismo durante sus primeros años de carrera –sufrió la cárcel y el exilio a raíz de su filiación radical–, Eligia/Clotilde terminará apoyando, en el ’73 y desde las filas del desarrollismo, la alianza con el partido del General.
En 1933, durante el período que los argentinos conocemos como “década infame”, antes de conocer infamias peores, Raúl Barón Biza publicó una proclama titulada “¡La hora de la lucha ha llegado!”, texto que la novela atribuye a Arón. El contrapunto con “La hora de la espada”, que Leopoldo Lugones escribió alentando la intervención militar, es evidente. Y tan tentador como el paralelismo trágico en las historias de ambas familias. Raúl se fue quedando cada vez más solo; el ataque a su esposa y su inmediato suicidio son el epílogo de ese ostracismo –él no se alió con nadie– , forjado a lo largo de toda una vida, y de cuya fascinación no puede sustraerse quien narra: “La tormenta de Arón jadea dentro de mí”.

Esa tormenta tampoco cesa para los lectores de El desierto y su semilla. Su historia nos pertenece. Y la pregunta tras el gesto extremo que clausura la obra, la vida de un hombre de palabra: ¿cómo fue posible?

Nota de mi autoría publicada a un año de la muerte de Jorge Baron Biza, en el Suplemento Cultura de "La Voz del Interior", el 5 de setiembre de 2002.

7.8.11

El nervio



"No quiero dibujar la idea, no quiero escribir el ser, quiero lo que pasa en la Planchadora, quiero el nervio, quiero la Revelación de la Planchadora rota. Y quiero escribir lo que pasa entre nosotros y la Planchadora, la corriente eléctrica. La emoción. Porque a fuerza de dibujarla con la mirada, he sentido: es la muerte la que pasa por la mortalidad, nuestra mortalidad en persona. Quiero dibujar nuestra mortalidad, ese estremecimiento ... El dibujo siente pasar la muerte".

Hélene Cixous. Poetas en pintura. Escritos sobre arte: de Rembrandt a Nancy Spero.

* Ilustro con esta pintura titulada"La Planchadora" de María Antonia Dans (La Coruña, 1922), capturada del blog Carmensabes,poesía y arte.

24.7.11

Interior


Teatro de guiñol, 1923, Paul Klee.



y descarnarme sobre las flores rústicas


que brotan en cada estación del ojo

y ocultarme de la actitud del sauce

para morir


en el salto del pez que atrapa nubes díscolas

en el delirio lejano de la vaca detrás de la enramada

en cada gota impalpable del rocío


metamorfosis de la piedra en árida quietud.

8.7.11

Flaneurs




En el casco histórico de Quito, este verano. La calle (La Ronda) se despliega sinuosa y pródiga a pequeños restaurantes y bares en lo que fuera la zona bohemia de la capital ecuatoriana. Después de la medianoche se abren las cantinas con ofertas de karaoke y salsa. Cenamos tempranito para zafar del bullicio y aparece un dúo de musiqueros terciando alguna típica con un bolero _Manzanero for ever and for export_ para los turistas.
Es imposible ya pensar un mundo que no esté preparado para los que andamos de paso. El efecto es paradójico: viajamos para conocer y nuestros anfitriones intentan que nos sintamos "como en casa".
Esto me hace pensar en Benjamin y su "Infancia en Berlín hacia 1900", un texto escrito con los nazis pisándole los talones, en el que evoca y reconstruye la ciudad como un flaneur de su propia memoria. ¡Esos son viajes!

16.6.11

Militantes


Ella dice: no quiero llorar mis pérdidas con lágrimas testimoniales. Lo siento: cambio de códigos, no voy a darles gusto a los vencedores. Voy a jugar. Con Ellas, las expertas en rondas.
Ella dice: lo siento lectores, si hay que sumar más personajes, entonces haremos una publicación ampliada. Porque acá todavía hay lugar para Ustedes. Lamento si mi sed les parece excesiva. Si mi carcajada les molesta.
Ella dice: nademos, eternos. Seamos parte.
Curtidas y rotundas Ellas, los puños en alto, las V de victorias, posando como egresadas, festejan, se estrujan, brindan.
Ella dice: estoy viva.
Los demás nos tomamos de las manos para ampliar la ronda.



La presentación completa fue publicada por la revista Confluencia (Los Ángeles, California, EEUU) y se puede leer aquí

5.6.11

Poéticas al encuentro del Líbano


Transcribo el mail que nos envió Edgardo Zuain a quienes participamos en la antología  Poéticas al encuentro. Poesía argentina y libanesa.

Estimados/as: Les comento que he regresado del Líbano. Estuve allí, como les había comentado, para presentar la compilación de poesía argentina traducida al árabe. Se realizó en cuatro sitios. Un café de Beirut donde habitualmente la embajada argentina realiza sus eventos. En una universidad católica, en una universidad musulmana y en un centro cultural de la ciudad de Trípoli (libanesa). En todos los casos hubo demostraciones de interés por parte de los asistentes, además han quedado contactos como para continuar desarrollando proyectos de intercambio.



Un cordial saludo

edgardo

5.5.11

Edición libanesa



Tapa y contra de la edición en árabe de la antología de poesía argentino - libanesa.
La ilustración corresponde a un cuadro del maestro Carlos Gorriarena.
¡Qué extraño ver nuestros nombres escritos en la lengua de Las mil y una noches! Extraño y maravilloso puente...

1.5.11

Lengua bastarda



"De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al pasar.


La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo.
Precisamente, no es un pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, presa de un devenir–revolucionario. Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas. Soy un animal, un negro de raza inferior desde siempre. Es el devenir del escritor. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte presentan la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su expresión en y a través del escritor.
 
Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto: como dice Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un deve-nir–otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante."

De Literatura y vida, por GIlles Deleuze.
 
(a la versión de internet, la saqué de acá)

25.4.11

Poesía argentina traducida al árabe

Comparto esta buenísima noticia, debida a las gestiones del escritor argentino Edgardo Zuain y de la escritora y crítica libanesa Zabah Zouain, responsables ambos de una bella antología de poetas libaneses y argentinos en la que tuve el honor de participar, gracias a la generosa invitación de Edgardo.
En estos enlaces, algo de la poesía libanesa publicada en la compilación.
http://parlezmoiparole.blogspot.com/2008/12/todo-est-aqu.html
http://parlezmoiparole.blogspot.com/2008/11/rizomas.html



Estimada/os poetas, me comunico para confirmarles que la compilación de poesía argentina en la que participaron junto a poetas libaneses ha sido finalmente traducida al árabe como les había adelantado hace unos meses. Hubo algunos inconvenientes pero ahora sí dicha presentación se hará el día 12 de mayo en Beirut y el 17 del mismo mes en Damasco, con la presencia del embajador argentino José Gutierrez Maxell (quien ha apoyado el proyecto desde un principio junto al área cultural de cancillería financiando la edición y los costos organizativos) y Sabah Zouein, la traductora de nuestros textos.

Asimismo tengo la alegría de comentarles que he sido invitado a concurrir al evento y que está previsto, también, una presentación en Siria.


Con la traducción de nuestros poetas se ha completado el ciclo de intercambio que deseábamos completar, pero además espero que a partir del contacto directo con escritores libaneses y autoridades culturales de allá, se puedan proyectar otros encuentros para el futuro. Intentaré traer suficientes ejemplares del libro como para que pueda acercárselos a todos.


Un abrazo y muchas gracias.


edgardo

14.4.11

Letras en su sitio




Me llega la buena nueva de un nuevo sitio: EL LINCE MIOPE.
Sus editores Alejo Carbonell, Martín Cristal y Diego Vigna lo describen como un "Colectivo dedicado a la literatura relacionada con Córdoba, Argentina. Una mirada (in)justa sobre temáticas, escritores, editoriales y libros cordobeses".
Los tres son escritores con obra publicada. Alejo es además editor (La Creciente y Caballo negro). Martín hace también crítica literaria desde su excelente blog (El pez volador) y en la revista cultural "Ciudad X". Diego es comunicador social y está cursando un doctorado en estudios sociales de América Latina.

Acá va el enlace para seguir al lince:

2.4.11

Huérfanos



Era casi el frío del 82. Regresaba mi hermano desde el sur. Yo preparaba milanesas crocantes, abundantes, con poco ajo y el huevo necesario, para ahorrar. Mi hermano comía sin respiro las carnes rebozadas.

Eramos huérfanos tratando de crear un simulacro de cotidianidad en la cocina de la madre, que despedía los restos de su madre, en otra ciudad.

Éramos niños asustados. La abuela un cuerpo, desapareciendo.

25.3.11

Nunca más






tu muerte vive sin sombra

A ellos, que son nosotros.



Tu muerte vive sin sombra

quedó enganchada al alambre

flamea loca

sobre el pasto que crece

sin tu sombra

crece loca tu muerte

sobre las veredas y los parques

vive sin sauce tu sombra

el lagrimal herido de tu muerte

seca



vive para quedarse

flameando sola y larga

sobre la nuca del que cava

sobre los caninos el fémur la begonia seca

sobre el agujero infinito de tu muerte

larga



vive para dejar tu herida

sobre el pasto que crece

sobre las veredas y los parques

infinita.



andrea guiu

21.3.11

El tren a Burdeos

Un cuento de Marguerite Duras.
Erotismo puro.


Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias y los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño. Este hombre me hacía preguntas sobre mi familia, y yo le contaba cómo se vivía en las colonias, las lluvias, el calor, las verandas, la diferencia con Francia, las caminatas por los bosques, y el bachillerato que iba a pasar aquel año, cosas así, de conversación habitual en un tren, cuando uno desembucha toda su historia y la de su familia. Y luego, de golpe, nos dimos cuenta de que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos. Yo hablaba bajo para no despertarlos. Si me hubieran oído contar las historias de la familia, me habrían prohibido hacerlo con gritos, amenazas y chillidos. Hablar así bajo, con el hombre a solas, había adormecido a los otros tres o cuatro pasajeros del vagón. Con lo cual este hombre y yo éramos los únicos que quedábamos despiertos, y de ese modo empezó todo en el mismo momento, exacta y brutalmente de una sola mirada. En aquella época, no se decía nada de estas cosas, sobre todo en tales circunstancias. De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas, fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente, al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre la banqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren que extendió encima mío. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: "Por la noche, en los trenes, apagan la calefacción y de madrugada hace frío". Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.


Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.

El ruido del tren volvió. La mano se retiró, se quedó lejos de mí durante un largo rato, ya no me acuerdo, debí caer dormida.

Volvió.

Acaricia el cuerpo entero y luego acaricia los senos, el vientre, las caderas, en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobre el sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, sienta la cabeza, se pone amable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. El silencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuando abrí los ojos, su asiento estaba vacío.

Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/duras/tren.htm

19.2.11

Ella y el tiempo





Me abismo en la textura centenaria
¿será una mariposa en su devenir terrena
o acaso el pétreo fulgor de su combate?

14.2.11

Guayasamín: el arte como oración y grito



De visita por Quito, maravillosa ciudad suspendida entre las nubes y la montaña, tuve la posibilidad de conocer de más cerca la obra del gran artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín.

Había visto obras suyas hace diez años en La Habana vieja, en la vivienda colonial que le obsequió Fidel Castro donde hoy, además de ser un museo, funciona una escuela para la formación artística de niños y jóvenes sin recursos.

Su museo ecuatoriano, ubicado en la "pituca" zona del Mariscal, exhibe sus aficiones de coleccionista -piezas de arte precolombino, Cristos, ángeles y vírgenes en esculturas y cuadros- y parte de su magnífica obra.

Recorrimos, escuchamos, nos conmovimos con su mirada y el testimonio de una asistente que lo acompañó en las últimas décadas. Pura potencia, sensibilidad; puros ojos y manos, un puro gesto-cuerpo lanzado sin red al fondo de la experiencia de la marginalidad, la injusticia, la pobreza -que él bien conoció- y aun en los contextos adversos de los perdedores del mundo, la posibilidad de la ternura, el sexo, el amor.

El grito de Guayasamín se vuelve estentóreo en la Capilla del Hombre, un predio construido ipso facto para brindar testimonio artístico de la gran tragedia del hombre americano. Anexa la propia vivienda de Guayasamín, este proyecto que el artista multifascético -pintor, orfebre, coleccionista, escultor- diseñó en vida para dejar su legado a la posteridad.

Un grito que tuerce en mueca los rostros. Que se hace carne en la obra.

Espacios amplios de línea modernista para poder contemplar sin atiborrarse -sin atajos- retazos de una historia de pueblos sojuzgados, la historia de nunca acabar...
En los murales de la entrada, gigantografías acompañan alguno de sus pensamientos. Como éste:

"Mi arte es una forma de oración, al mismo tiempo que de grito... y la más alta consecuencia del amor y de la soledad".

21.1.11

La melancolía y sus monstruos



¡Adoro el mundo gótico! Los castillos, los pasadizos, las locas encerradas en la torre, las intrigas, los amores clandestinos, todo ese mundo de misterios encriptados que configuran el modus narrandi de una cierta erótica. Héroes monstruosos -de Drácula a Frankenstein, o toda la literatura licantrópica que abunda en el romanticismo y reproduce el cine con libre albedrío- condenados a la marginalidad por aquellos sentimientos que suscitan sus presencias: miedo y atracción en iguales dosis, el horror del espejo.
María Negroni es una de mis poetas preferidas, y una de las mentes más lúcidas del campo literario argentino. Acá bajo un fragmentito de la entrevista que le hicieron en Ñ.


"En la literatura fantástica, lo femenino es casi lo único que importa"


La ensayista y poeta argentina, radicada en Nueva York, acaba de publicar Galería Fantástica, donde analiza relatos de Carlos Fuentes, Rosario Ferré, Felisberto Hernández y Cortázar, entre otros, como derivados de la literatura gótica.


Por: CECILIA BOULLOSA. Especial para Ñ.

"La literatura gótica y fantástica, como la poesía, no intentan imponer certezas, al contrario, miran el mundo con cautela, asombro, perplejidad", dice Negroni.
No sólo de libros está llena la biblioteca de María Negroni. Aquí y allá, perdidas entre los estantes, hay muñecas antiguas, de esas de caras blanquísimas, ojos fijos y vestidos de organza ("Me encanta todo lo que tiene que ver con la infancia. Si no fuera escritora, sería coleccionista de juguetes). Las muñecas —dobles, miniaturas frías— también llenan muchos de los relatos que componen Galería Fantástica, ganador del VI premio de ensayo de Siglo XXI. En él, Negroni postula a la literatura fantástica latinoamericana como una deriva de la literatura gótica y toma como ejemplo de este vínculo relatos de Carlos Fuentes (Aura y La muñeca reina), Silvina Ocampo (El impostor), Felisberto Hernández (Las hortensias), Julio Cortazar (Las babas del diablo) y Alejandra Pizarnik (La condesa sangrienta), entre otros. A ambas literaturas —la fantástica y la gótica— les atribuye la particularidad de encarnar una formar de resistencia "a las cárceles de la razón y del sentido común" y de construir su "propio arsenal de oposición a la moral soleada (y petrificante) del statu quo".

-¿Cómo surge el proyecto de Galería Fantástica?-Empieza con la escritura de Museo Negro (1999), mi libro sobre el gótico norteamericano y europeo, en donde analizo textos como Otra vuelta de tuerca, de Henry James, Frankenstein y El retrato de Dorian Grey. Por esa época tenía una especie de radar para detectar los textos que en América Latina tenían características similares. Leí Cagliostro, de Huidobro, Bomarzo, de Manuel Mujica Laínez y me di cuenta de que los cuentos o relatos latinoamericanos tienen muchos elementos del gótico, que es algo que no había pensado antes. Aparecen muchos motivos repetidos. Están los científicos desmesurados, los artistas, el tema del doble, la relación entre el artista y la creación...

-Decís que a Silvina Ocampo le cabe el mérito de haber creado el gótico campero.

-¡Claro! En el relato El impostor no hay un castillo en Escocia como aparecería en el gótico, pero sí un chacra en el medio del campo que tiene muchas semejanzas. La casa está en ruinas, llena de filtraciones de agua, hay altillos que guardan los recuerdos de los ancestros, la cajita de música. Podría ser un revival de la casa de Una vuelta de tuerca, de Henry James. Pero además de los motivos repetidos, que aparecen y mucho, lo que verdaderamente me interesa es cierto carácter de resistencia que tienen estas literaturas frente a lo convencional. Ponen todo el tiempo en entredicho, desestabilizan las nociones con las que en general nos acercamos a la realidad, las categorías de tiempo, de espacio, de sujeto. Hay una especie de celebración de un mundo impreciso.

-Es como si el gótico y el fantástico ensancharan el mundo.

-No, no lo ensanchan, el mundo es ancho, lo recuerdan. Recuerdan que hay una parte oscura, que no sólo tiene que ver con los vampiros y el terror, sino con el mundo del deseo, el mundo de lo no controlable, de lo no articulable. Un mundo que está todo el tiempo tensando desde abajo, como en el relato de Poe, La caída de la Casa Usher, donde la hermana del protagonista, Lady Madeline, golpea desde abajo, recordando que allí hay algo que está vivo. Generalmente lo que está tensando ahí abajo, lo que está pulsando y latiendo, tiene que ver con lo femenino. No necesariamente con el cuerpo de una mujer, sino con una zona que se le escapa a la palabra, la zona del deseo.

-También decís que es la literatura que más se acerca a la poesía, ¿de qué manera lo hace?
-Se para en el mismo lugar, en el lugar de lo que no se sabe. No hay poesía desde la certeza, es el género que por antonomasia cuestiona los fundamentos de lo real, desde el momento que cuestiona el instrumento mismo del acercamiento a lo real que es la lengua. No es casualidad que Baudelaire, el primer poeta de la modernidad, fuera traductor de Poe, todos los poetas del surrealismo francés admiraban la literatura gótica, Breton se hizo construir un castillo, que llamaba su castillo estrellado. La literatura gótica y fantástica, como la poesía, son conjeturales, tentativas, no intentan imponer certezas, al contrario, miran el mundo con cautela, asombro, perplejidad.

-Los relatos que elegiste también están llenos de jardines

- Pero no son jardines edénicos. Son jardines manchados, los jardines después de que Eva mordió la manzana. Están teñidos de la ambición de conocimiento, siempre hay un castigo latente cuando aparece el deseo de conocer. Los jardines del fantástico están cargados de deseo, muerte, sexualidad, temporalidad


(la nota completa acá)

20.1.11

La epifanía de la reina



Escribo tu intemperie, tu desierto, tu isla.
Una gran película sobre la soledad del poder y de la inteligencia.
Y un festín visual.
(Sorpresas del cable: "Elizabeth, la edad de oro")

9.1.11

Carne de cañón


Tengo frío, me dijo esa mañana límpida de abril. Le calenté un poco de café que había preparado la noche anterior y arrimé la taza a sus labios. Pela, me dijo, apartando la boca, y yo comencé a soplar suavemente el líquido. Ahora sí, me parece que está tibio, le dije y deposité el recipiente entre sus manos.

Desde el cuarto llegaba la melodía susurrante de un bolero. Aquellos ojos verdes, en la voz y el español camuflado de Nat King Cole.

Él también tenía los ojos verdes. Me gustaba merodear su pecho lampiño con mi lengua, olerle la colonia en la nuca, morderla suavemente. Le decía hermoso te amo, no se me ocurría un te deseo, todo era lo mismo, amar, desear, coger, un solo infinitivo para el mundo escueto que éramos. Y el tiempo, tan futuro ciego aun con el sol opaco que brillaba ese otoño, los pasos veloces en la calle, las celosías entornadas de los vecinos, el silbido de buitres merodeando su carne.

3.1.11

La aventura del hombre



Por Juan Forn

Dice Marshall Berman que, después de la aparición de su gran ensayo Todo lo sólido se desvanece en el aire, que fue la obra de su vida y publicó a principios de los años ‘80, se fue sintiendo cada vez más arrinconado por la obligación de publicar: “Crecí con la convicción de que un libro debe surgir de las profundidades del alma de su autor y lograr convertirse en un todo orgánico. Conseguí escribir un libro así. Como no pude hacer otro libro semejante, no publiqué más. No dejé de escribir, pero nada me parecía lo suficientemente bueno como para merecer el título de libro”. De hecho, el volumen titulado Aventuras marxistas, que reúne piezas sueltas que Berman fue publicando a lo largo de su vasta trayectoria intelectual, sólo apareció después de años y años de insistencia de su fiel editor inglés. Y, para su propia sorpresa, Berman descubrió que esas piezas conformaban mensajes escritos en una botella que se había enviado a sí mismo sin saberlo, a lo largo de los años.

Nacido en el Bronx, hijo de un judío trapero devorado por la pujanza del capitalismo norteamericano, el joven Berman se internó en el marxismo para dar sentido a la muerte de su padre: “Sólo analizando su vida pude entender la mía, imaginar quién quería ser en el mundo. Con el tiempo descubrí que estudiar vidas humanas es una de las grandes cosas para las que sirve el marxismo”. La obra de Marx es, para Berman, un formidable I Ching que todo lo contiene, si uno sabe qué preguntarle (y, por supuesto, con el tiempo siempre descubrimos que el I Ching no contesta la pregunta que le hacemos sino aquella que no sabemos cómo formular). Hay quienes usan así la obra de Shakespeare, o la de Kafka. Berman eligió la de Marx, sencillamente porque “es uno de los escritores más comunicativos de la historia, alguien que presentó las ideas más complejas de la manera más intensa y dramática, y nunca escribió en lenguaje excluyente (como suelen hacer quienes escriben sobre él) sino como un hombre que habla a los hombres”.

Berman entró en Columbia gracias a una beca pública y después fue a Oxford gracias a otra beca pública, pero desarrolló toda su carrera no en esos ilustres claustros sino en el City College, “entre estudiantes que, como yo, provenían de la clase trabajadora y de las calles de Nueva York”. A lo largo de todos estos años, en sus clases y en sus textos, Berman puso a dialogar a su época con Marx y logró generar en sus alumnos y en sus lectores lo que Marx generó en él: contagiar su visión del mundo haciéndonos ver en esas palabras nuestra visión del mundo. Se ha dicho muchas veces que leer y escribir son dos facetas de una misma actividad. Berman ha escrito y dado clase así siempre: en un diálogo simultáneo con el hombre que le enseñó a leer y con aquellos a quienes se quiere dirigir con lo que escribe, “como un hombre que habla a los hombres”.

Para Berman, Marx dejó la obra más elocuente de los tiempos modernos porque sigue explicando la realidad, nuestra realidad, como pocos, o como nadie. Esa elocuencia se debe a la amplitud del objetivo de Marx (la extraordinaria esperanza que implica un mundo donde el máximo objetivo del ser humano no sea explotar a los demás, a la naturaleza y hasta a uno mismo sino superar esa explotación) pero especialmente a la intensidad con que escenificó nuestra condición (entendiendo por nuestra condición el mundo capitalista: ese mundo que le tocó vivir a Marx y también a Berman, y a todos nosotros). Aunque El Capital esté firmado con su nombre, Marx lo presentó como una empresa colectiva y, en colaboración, que surgió del trabajo de cientos y miles de personas: una asombrosa multiplicidad de voces, ilustres y anónimas, de mineros y tenderos, políticos y filósofos, que aparecen unas pocas líneas o en prolongadísimos debates con él. Hasta el más acérrimo de sus adversarios reconoce hoy que nadie entendió más a fondo el capitalismo. Incluso el hecho de que El Capital haya quedado inconcluso es una buena prueba de ello: “¿Cómo podía concluirse si el capitalismo sigue vivo?”, dice Berman.

Esto no es una boutade, sino una convicción: “La visión del mundo en su conjunto es lo más vivo y estimulante que puede transmitir un escritor a través de su obra”, dice Berman. Esa visión, que suele ser menos tangible que su política, su economía, su religión, su ideología, es, sin embargo, más profunda, porque es lo que hace que la obra de un escritor mantenga elocuencia después de que su causa política, económica, religiosa o ideológica haya ganado, perdido o se haya apagado. Y ése es el Marx que Berman nos pone delante. “El inmenso poder del mercado en las vidas íntimas de los hombres modernos nos lleva a mirar la lista de precios en busca de respuesta a preguntas que no son realmente económicas sino metafísicas: preguntas acerca de qué vale la pena, qué es honorable, incluso qué es real. Aquello para lo cual hoy buscamos desesperadamente definiciones ya fue definido hace más de un siglo por ese hombre que debió convertirse en el mayor experto en el capitalismo para que alguna vez logremos darle un desenlace.”

Nos demos cuenta o no, nuestro capital espiritual sigue teniendo en su centro lo que nos dejaron los titanes atormentados del siglo diecinueve: Beethoven, Dostoievski, Van Gogh, Nietzsche, Baudelaire, Goya y siguen las firmas. Y el motor del capitalismo sigue consistiendo en aliviar a sus creyentes de la responsabilidad de sus acciones. Todos aquellos que hoy pueblan las infinitas oficinas y negocios y fábricas y depósitos de las grandes ciudades del mundo, identificándose alegremente con los dueños del capital hasta que la empresa o el mercado decreta la obsolescencia de sus habilidades (e ignorando alegremente mientras tanto que dan o reciben órdenes de personas que son de su propia clase por la sencilla razón de que comparten su misma vulnerabilidad), tarde o temprano, con la cabeza en la almohada o frente al espejo al despertarse, sienten el mismo rumor ensordecedor que resonaba en la cabeza de Dostoievski y de Marx, de Van Gogh y de Kafka, de Baudelaire y de Nietzsche. El extraordinario mensaje en la botella que nos hace llegar Berman con sus Aventuras marxistas es que no vivimos el fin de la Historia: en todo caso, somos el último capítulo hasta que logremos crear el siguiente. Una hermosa noticia para acompañarnos en el paso del último día del año al primer día del año que viene.
Aquí el link de la nota.

No todo lo sólido se desvanece en el tiempo



A Marshall B. lo conocí bajo el impulso de Roxana Patiño, entonces titular de la cátedra de Sociología de la obra literaria, a cuyas clases yo asistía como alumna oyente (mis horarios y exigencias de laburo no daban para una adscripción).

Tenía hambre de teoría, pues el plan 78 había proscripto toda lectura asociable al marxismo, estructuralismo, deconstructivismo y así cualquier istmo sospechado de ejercer una crítica política sobre los discursos de la cultura y el arte.

Encontrarme con Marshall en su libro “Todo lo sólido se desvanece en el aire” fue una especie de felicidad. Un viaje al corazón de la modernidad inventada por la burguesía. Y una de las experiencias de lectura más gratas de mi vida.

Disfruté el placer de seguir su novela del pensamiento, el vuelo y la soltura con que encaraba para mí un entonces autor imposible como Carlos Marx, cotejado y anticipado por el "Fausto" de Goethe.

El recorrido en la segunda parte de la trilogía Paris – San Petersburgo – Nueva York como ciudades emblemáticas del espíritu constructor/destructor de la modernidad despertaron mi deseo flaneur de transitarlas.

Pude hacerlo con la ciudad de Baudelaire y con la de Salinger (cfr, post en este mismo blog: Antes del 11S); aun tengo pendiente la de Nabokov.

En estos días, cuando ya casi había olvidado que pudiera tener alguna vigencia aquel texto de principios de los 80, con que el autor intentó exorcizar el dolor por la pérdida de un hijo, me encontré con un precioso artículo del escritor argentino Juan Forn sobre las "aventuras marxistas" del filósofo estadounidense. (Ver: La aventura del hombre)

Feliz comienzo de año recordando a Berman avec Marx by Forn.