29.4.09

Maneras de decir "ya no". Vilariño, in memoriam


De Idea Vilariño, poeta uruguaya que falleció ayer. Dicen los chismógrafos de las letras que se lo dedicó a Juan Carlos Onetti -el gran Onetti- de quien estaba perdida e inútilmente enamorada...


Ya no

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.


Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.


No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.

No volveré a tocarte.
No te veré morir.

Nuestras bestias queridas




Hoy es el Día del Animal, y quiero decir que los animales me han enseñado mucho. Y no me refiero a las fábulas, en las que ellos son usados como pretextos para construir moralejas sobre nuestras miserabilidades y virtudes.

Evoco a Diana y Cuqui, las perritas que estuvieron en mi infancia en casas, hasta las mascotas de departamento: la tortuga de mi hermano Germán -de horrible e infausta muerte entre las fauces de una celosa Cuqui-, y el Pipi canario mandarín, que sólo comía de la mano de mi vieja y que se suicidó, declarándose en huelga de hambre, una vez que su ama viajó a Rosario por varios días. (¡oh madre abandónica, pagarás con la culpa!)

Cuando armé mi vida en pareja -la primera de ellas- llegó El Gordo, que tenía un nombre mucho más largo y en alemán, una humorada que ignoró olímpicamente, con esa actitud desdeñosa que es la marca registrada (y fascinante) de los caracteres gatunos. Yo a-do-ra-ba al Gordo. Había crecido con el prejuicio de que los gatos son: traicioneros, interesados, fríos, olorosos, desconfiados, etc, etc, ¡infamias! mi Gordo era li-bre. Cariñoso, perceptivo, juguetón, mimoso ma non troppo. Cuando estuve con los cólicos de mi gastroenteritis aguda se quedó durmiendo al ladito de mi cama, vigilando al médico que vino a revisarme, los varios días que demandó mi recuperación, sin moverse -¡lo juro!- hasta que salí a flote. Entonces recién ahí partió a sus aventuras diurnas y nocturnas. ¿Frío? ¿Interesado?

Algún vecino o vecina mal parido lo envenenó. Nunca olvidaré los ojitos agonizantes de mi Gordo que, literalmente, murió en mis brazos. Fue todo un duelo; él había llegado a nuestras vidas cuando era casi imperceptible, lo dejaron en la puerta de casa adentro de una caja de cartón. Y asi llegó Tavo, un perro alegre de pelo brillante, para sacarnos de la depre: asustado, se refugió entre la reja y la ventana del comedor. Tenía unas pústulas horribles en el hocico y la lengua. Lo curamos, lo bañamos, lo alimentamos... y la dolencia desapareció velozmente. Y lo adoptamos, claro, con el miedo lógico de perder una mascota otra vez, por eso del sufrimiento etc... y sí, él también partió a otro destino cuando nosotros nos separamos.

Incluso Nachito me enseñó que hay que respetarle el lugar a la naturaleza y que no todos los bichos son iguales: no se sentía bien encerrado en una casa con un patio ínfimo, solo con una dueña que pasaba varias horas laburando fuera de la casa. Ni el huesito de juguete, ni el pececito que me regaló Rossana para él, ni el champú especial ni el más caro alimento balanceado podían compensar su ansia de libertad, de correr entre las vacas, de revolcarse en el pasto como hizo después, cuando lo entregué a una familia recomendada por mi cuñado en Río Ceballos.

Hace tres años, los bichos aparecieron de la manera más insólita en mis dibujos, mis tintas, mis pinturas de mi Libro de ojos. Mejor que aparecer: irrumpieron. En sus miradas encontré muchas facetas de la vida "salvaje" de la que las urbes nos alejan: algo de esa mirada perdida de la que habla John Berger en su maravilloso libro Mirar: la mirada perdida entre el hombre y la bestia: "La cultura del capitalismo no puede reparar hoy esa pérdida histórica a la que los zoológicos erigen un monumento".




15.4.09

Suave delicadeza de un ocaso

Manhattan, Nueva York, 2001

Qué fluencia. No fluidez: no hay errata. Un irme / venirme, sin pecado concebida. La mancha significa apenas una huella del vómito en mi vestido. Una huella de un resto de lo que no puede digerirse. Antigua sabiduría intestinal.

Me despojo de afeites: en la guarida, el cuerpo es un pretexto. Amor ¿lo estoy diciendo bien? ¿Despojo produce buena yunta con afeites? Raro, querida, pero no necesariamente falso… me dicta.

Él ya no está, se lo tragó la tierra, pero nos escuchamos, lo consulto, lo miro, lo huelo, lo presiento.

En el humito del cigarrillo, ahí. Ningún delirio místico, ni hagiografía: él es el humo que me llena y me intoxica los pulmones, las células, la sangre, el cerebro, el corazón, la lengua.
¿Es que acaso llegamos hasta aquí para nada, para esta intemperie de desierto helado? Le pregunto pero esta vez se ha ido, como siempre que le hago esa pregunta. Muy zen lo suyo. Fuck you dear, y revoleo la taza y la estrello contra la puerta del baño. (La taza de todos modos tenía una muesca en el borde, no me gustan las cosas rotas, ahora recojo los fragmentos de loza y los envuelvo en hojas de diario, páginas 4 a 8, sección deportes, otro triunfo de Messi, viene de tapa, Messi a la basura con mi taza amarilla, al polvo volverás, dijo el poeta español… aquí entre el polvo orgánico de cáscaras de banana y cartones de leche descremada fortificada con hierro e isoflavonas)

Afuera es cuerpo. Comer, correr, disfrazarse. Sonreír. Mostrar los dientes. Grrrrr…. fuera bestia, no te metas conmigo. Blablablabla.

Adentro la mente que inquiere, sin automatismos, si la destrucción activa o consume. Si no veo mi sombra persiguiéndome por las veredas, si la busco y tampoco mi réplica en los espejos de la calle, entonces ¿existo? ¿dónde? ¿dónde me ven los otros? ¿en quién se encuentran ellos? ¿Quiénes son ellos para mí si yo tampoco puedo verme en sus ojos? ¿Fantasmas?

Esta levedad en lo efímero es un antídoto que procuraba para la melancolía, para los fantasmas que no nos dejan, para los mitos del pasado que nos pesan. Frente al dolor suave del pasado que no pasa, una “modesta alegría”. No resistir el empequeñecimiento de las cosas y las personas. El retrato envasado. … La levedad de la deriva, la liberación del peso de la orfandad, dos que desaparecerán. Vestigios de deseos tardíamente percibidos. Encanto al conseguir recordar las dichas tanto como las pérdidas. Suave delicadeza de un ocaso. (Denilson Lopes).

14.4.09

Cómicos


"Comienzo a darme cuenta de que existe una relación entre el hombre que ríe demasiado y su credo político."

Silviano Santiago: En libertad