21.9.08

De la A a la Z: ars erótica

ars erotica.

Un buen amante se conducirá con elegancia tanto en la oscuridad como en cualquier otro momento. Se deslizará de la cama con una mirada de consternación. Cuando la mujer le suplique: “Vete, amigo, está aclarando. Nadie debe verte aquí”, él lanzará un hondo suspiro revelador de que la noche no ha sido suficientemente larga y que abandonar a su dama lo hace sufrir. Ya de pie, no se vestirá de inmediato, sino que acercándosele a su amada le susurrará todo lo que ha quedado sin decir durante la noche. Incluso ya vestido, se demorará ajustándose el cinturón con gestos lánguidos. Luego levantará la celosía y permanecerá con su dama de pie junto a la puerta, diciendo cuánto lamenta la llegada del día que los apartará, y huirá. Verlo partir en ese momento será para ella uno de sus más deliciosos recuerdos.

Libro de la almohada. Sei Shonagon. (Japón, siglo X).


La editorial Adriana Hidalgo rescató hace pocos años los apuntes íntimos de esta cortesana japonesa de exquisita complejidad. Irónica, liberal, curiosa, decidida, mundana... fue una verdadera excepción para esos tiempos, para esa cultura, para su propia clase.





16.9.08

Bolivia, sombra de buitres escribió tu historia



Son días en que el hermano país se desangra. Un pueblo aguerrido, con una enorme historia y cultura. Entre el Altiplano y la selva: sus dos tensiones. Anduve por allí en los días del referendum, en el Festival Internacional de Música Barroca, evento que se realiza cada dos años en la región chiquitana, en provincia de Santa Cruz, donde dejaron su impronta los jesuitas. Asiste gente de todo el mundo. Además de la música, hay una antigua tradición de ebanistas; son verdaderamente prodigiosos.
Recuerdo vivo de estos días, pero también de un compañero que se fue, el periodista Carlos Martínez. Hace unos cinco años, conversando con él sobre las luchas bolivianas por defender la soberanía de sus gasoductos, me habló de otra gran tradición boliviana: la de sus poetas y ensayistas. Y me transcribió las líneas que transcribo a mi vez, recordando a ese país que sufre, tan hermoso e intensamente latinomericano.
Y a Carlos, in memoriam.
TERCIANA MUDA
I
Chaco,
infierno pálido y lejano
que te aproximas a mi lámpara:
quiero hallar
tu corazón absorto bajo el beso del polvo
o tal vez muerto
en la alambrada de una lluvia negra.
Tu paisaje incurable es una tarde plana
en que giraba el disco
de moscas que rezaban un réquiem azul-verde
por los hombres y animales muertos
bajo la corona de espinas
de tu arboleda enferma con terciana muda.
Olor a degüello, a gasolina
y alguna vez también
el santo olor del guayacán
quemaba sueños del trasmundo
hacia donde se arrastran tus picadas.
Tu llanura... erupción cutánea de tuscales,
espectros de una sed
dilatada hasta la blanca sed de tu horizonte,
cuando tu enigma con jaqueca
dormía al sol del pajonal.
(Todo dormía en ti. Sólo la Muerte
despierta nos miraba
con el ojo tuerto de la Breno...).
La sinfonía de tus montes
yacía muerta en brazos
de tus colores amarillos,
¡oh calavera de un verde proyecto
vegetal!
talado tu destino por sequías
humanizarte no pudieron los caminos
arrugados y eternos
cual tus hembras: la Sed y la Distancia.
Chaco, país insepulto,
torna sedienta
después de siglos tu alma que se extravió en el monte,
tu alma,
espejo del agua que no existe
en el fondo de tus jornadas que acaban sin recuerdo.
Monstruo que ibas a no sé donde,
siempre al lado del camión,
plomizo, soñoliento, siniestro y melancólico,
ya no te irás jamás de nuestro canto.
II
Trae la brújula, hermano muerto,
y orienta el Chaco hacia la Vida.
Chaco:
te contemplo en el atlas de mis sueños
a mi patria clavado como un cardo,
aunque florezca el cardo,
porque los indios desterrados de los Andes,
caídos debajo de tus árboles
en un otoño de uniformes,
con sangre lo regaron.
En la página blanca de tu arena
sombra de buitres escribió tu historia...
Y fuiste del Demonio por monedas rojas.
Un batallón de espectros zapadores
fundió sangre
en los altos hornos de tu ocaso.
Te araron gritos y cañones,
florecieron tus rosas: las heridas,
maduraron tus frutos: las granadas,
¡oh jardín de suplicios!...
Ya está acabado tu paisaje,
ya tienes esqueletos de soldados
bajo los esqueletos de tus árboles...
Ahora eres patria, Chaco,
de los muertos sumidos en tu vientre
en busca del alma que no existe en el fondo de tus pozos.
Enciente el cigarrillo, hermano muerto,
en las pálidas llamas de este infierno.

AUGUSTO CÉSPEDES en "Sangre de mestizos"

11.9.08

Antes del 11S


Estuve allí, hace siete años. Habíamos ganado una beca de idiomas con tres compañeros del diario. Partimos con avidez de mundo. Pasamos días inolvidables, felizmente agotadores. Cursábamos en un colledge del Bronx, junto a extranjeros italianos, chinos, coreanos, japoneses, brasileros, portorriqueños, venezolanos... y sigue la lista. Los cuatro habíamos superado hacía tiempo la veintena, pero nos sentíamos de veinte. Nos dimos gustos: una noche en Blue Note escuchando al increíble Al Di Meola, quien dedicó una versión de Otoño Porteño de Astor "a los argentinos de la barra" o sea, a los bullangueros que tomábamos Coronas y aplaudíamos con fanatismo, y nos reíamos de nuestro errático spanglish: Angel, Virginia, Pablo y quien escribe estas líneas. Broadway y un clásico musical: Chicago. Los increíbles Stomp en el Village. Comida mexicana y española. Pizzas en el local de un argentino. Largas caminatas por Brooklyn, cruces por el puente. Mucha cerveza. Misa gospel en Harlem. Comida africana (con secuelas estomacales poco recomendables). Almuerzo en Chinatown y té con masitas en Little Italy. Sesiones de mate a la vuelta de nuestras correrías y en vísperas de los parciales. Una escapada a Washington y Boston. Paseos por el Central Park. Confidencias. Risas. Mucho mail a los amigos y parientes de esta orilla.

Yo me regalé una semana más al finalizar el curso.

Me instalé a dos cuadras de un Barnes and Noble, una de las cadenas de librerías más importantes de N.Y. Así que la visitaba seguido. Me junté a almorzar en Brooklyn con un amigo de Córdoba que enseña literatura en la Universidad de N.Y. Comimos comida Tai en un lugar precioso. Yo, con mi Nikkon flamante (que después me robaron, pero esa es otra historia), quería traerme todo lo que abarcaran mis ojos... y más. Gabi me dijo: Seguramente sacaste fotos de la silueta de Manhattan. Ufff! le contesté yo. Pero seguro que no desde todos los puntos de vista... insinuó él. Yo lo miré intrigada. Entonces me llevó a un basural y desde allí, tomé la foto que acompaña este post.

Arroz a la cubana


“Un día, en medio de un camino, vi en un espejo la figura de mi padre. Alcé la mano para saludarlo en medio de la fascinación de lo imposible, y observé que esa mano me saludaba a mí mismo. Un día encuentras, siempre, la mirada que perdiste. “


Juan Cruz Ruiz


Me despertaban los olores: a caramelo frito, a cebolla rehogándose. Olores que no eran para la mañana. Después venían los sonidos: de un motor, de una danza de partículas contra el plástico duro; del chisporroteo del líquido hirviendo; del metal contra el metal y el rumor apagado que bullía entre ambos. Sonidos amigables de una comida hipercalórica que se reservaba para ocasiones especiales del invierno argentino, aunque su origen fuera tropical.
Cuando ya habían sido consumados los trámites de un desayuno escueto, llegaban los colores con sus formas: el bordó espeso de los porotos en salsa, el dorado de la banana en milanesa, el naranja del huevo que no debía rasgarse, el tiza irisado del arroz, el beige con vetas rosas y cobrizas del cerdo.
Los alimentos se presentaban al plato. La cocinera disponía en un extremo de la porcelana la banana y, dentro de su concavidad, la porción de arroz extraída de pequeños moldes. En el extremo opuesto, la costeleta y la salsa bordó a un lado de la carne. Del otro, el huevo con su corola intacta. En el medio, la fila de porotos sin licuar.
Unos mezclaban los porotos con el arroz, la banana con el cerdo, la salsa con la carne y la banana o el arroz con la banana...
Otros preferían saborear cada pieza por separado.
Los niños solíamos ser quisquillosos con el cerdo y ávidos con el arroz.
Sólo el arroz y los porotos admitían una segunda y hasta una tercera vuelta.
Lo demás era ración discreta.
Una reminiscencia agridulce. Sabor / saber de mi memoria familiar, sin aderezos ni especias.

1.9.08

Herencias


Hoy mi amiga Ross me regaló un saquito tejido por ella. Era su primera aventura con el crochet: combina elegantemente el azul, el negro y el turquesa: colores marinos, en las diversas estaciones del mar, de un mar nocturno. Fue una bella caricia para mí, gracias Ross.

Yo también tejo. El tejido es parte de una costumbre que me transmitieron de generación en generación. Mi abuela era, además de una bordadora estupenda, una gran tejedora. Mi tía lo es. Mi hermana teje también. Y mi madre, que me enseñó a disfrutar de ese oficio casi zen de combinar puntos y lazadas.

Yo había dejado esa práctica, durante años.

Y cuando los temas por exclusión parecían agotarse en las enfermedades y las preocupaciones económicas, se me ocurrió que ese ejercicio silencioso podía volver a vincularnos, de otro modo, o el de otro tiempo juntas: cuando las enfermedades y las preocupaciones no nos impedían disfrutar. Entonces tejimos a cuatro manos una bufanda larguísima y multicolor a mi sobrina Camila. Ella hacía los cuadrados en punto Santa Clara y yo los cuadrados en crochet. Después fue unir las partes, hacer el remallado y colocarle los flecos. Mi madre tiene graves problemas de visión. Así que es un esfuerzo para ella, todo un desafío el tejido. También, una motivación.

Ayer le dimos a Camila su regalo, junto con una lapicera con su nombre grabado en ella. Hubiera querido tener una cámara de fotos para registrar el momento de su sonrisa luminosa e inocente.

Pienso en esta herencia elegida, tan sencilla tarea de hacer con las manos una prenda para abrigar y lucir. Tan femenina. Que podemos brindar a otros, una manera de brindar afecto.

Escribir no es algo tan diferente a esa actividad. Unimos puntos, tramas, enlazamos historias, le ponemos colores, combinamos... A veces se nos salen los puntos de la aguja y hay que tener la paciencia de rescatarlos y volver a empezar. Corregir y corregir... La tensión de las lazadas difiere según la tejedora (y su ánimo, muchas veces, aunque en general hay cierta tendencia a tejer más apretado o más suelto) y el ritmo y la velocidad que cada una le imprime a lo suyo. Nuestra factura dependerá asimismo del grosor de los hilos o lanas, y el de las agujas que destinamos para cada trabajo.

Como sea, para nosotras es una manera de comunicarnos.

Y entre lazada y lazada, recordamos personas / personajes de nuestra novela íntima, y transformamos sus historias en algo nuevo, listo para estrenar. Una nueva sintaxis para esa fuente inagotable de relatos que es la vida.