30.9.09

Jirones



Me entero el viernes de la muerte de una tía muy querida. Anciana ya, pero de esas personas que parecen inalterables, que siempre permanecerán idénticas a sí mismas. Idéntica con ochenta y largos a la tía que armaba las empanadas en mis recuerdos de niñez. Arruga más, arruga menos: varias menos, pues se había operado para disimular "las patitas", y siempre se maquillaba y andaba perfumada. Ella decía que no le gustaba "tener una cara triste". Que eso era envejecer.
Vivía sola, seis años después de enviudar de su segundo esposo, a quien había rescatado del alcoholismo -tras una primera viudez de un adicto irrescatable. Su casa de dos plantas, cerca de Tanti, parecía un vivero, era muy colorida, ordenada y limpia hasta la exasperación, con muchos adornos medio kitsch y un par de gatos díscolos. En la heladera siempre había comida a medio preparar "por si acaso viene gente"; ella había sido cocinera de Segba hasta que se jubiló. Nos encantaba hablar de recetas. En nuestras últimas charlas telefónicas hablábamos del amor (de hombres, de heridas, de deseos cumplidos y no).
Bueno, hay mucha historia, de ella, de ellos, de nosotros ligados a ellos, y no sé si quiero contarla, tipo obituario. Yo ya no sé si puedo escribir así. No me interesa.
Sólo rescatar estos jirones, precisamente, porque la sensación es que te arrancan un pedazo de esa casa de dos plantas a la que ya no se puede volver, llena de jardines, de chamamé y de valcesitos con guitarra criolla; como tampoco ya no se puede volver a la casa de los viejos, y sí, una vez más: que hay que aprender a despedirse. Que duele igual, serenamente (ella murió preparando el locro para recibir a sus amigos en el festejo de su cumpleaños ¿habrá una muerte más poética?) pero algo de ese lazo imantador se rompe; lo que duele es eso, ese tirón y el jirón de piel que arranca. Ellos eran de los que ligaban, sin que se note. Eran amorosos de verdad, de verdad.
Yo no soy familiera en un sentido cristiano; no me gustan los manejos culpógenos y culposos, las deudas y exclusiones, los tan mentados mandatos, que normalmente mantiene unidos a unos contra otros, con sus soberanías chotas. Por suerte existen excepciones como éstas y algunas más, que me hacen sentir parte de algo, de una historia, de venir de algún lado y de algunas gentes con don de gentes.

Mi sentido de la familia, el que me gusta, el que elijo (con los precios que se paga por esa elección), se liga al de comunidad; es más bien político y está construido a partir de códigos y afinidades sensibles, de respetos, de libertad.
A cierta altura de la vida, me parece que la familia empieza a ser una trama de relatos.
Y un álbum.
De todas las que recuerdo, me quedo con una foto: la de la risa de esos dos, el día de su casamiento, 40 años después de vivir juntos, con fiesta, torta con cintitas, ramo de novia y orquesta... (los casó el intendente, que adoraba a mi tío, igual que casi todos los que conocían al único peronista de la familia) bailando unos tangazos, emperifollados y felices.
La muerte empieza sucederme cerca. Y se lleva a mis mejores.

Fucking death.

20.9.09

El mundo que no vemos (y Corinne sí)

Un ‘no’ que mata a gente que no sale en la televisión

(del excelente blog En boca del lobo, del periodista y corresponsal de guerra venezolano-español Ramón Lobo. Gracias a Andrés Acha por dármelo a conocer).

Una mañana de enero de 1999, una excelente fotógrafa de una gran agencia internacional de prensa, y que por entonces tenía su base en Nairobi, telefoneó a su jefe en Londres. “Hay que ir a Sierra Leona”. Se había incendiado aquel país gemelo en historia y tragedias de Liberia situado al otro lado del continente. Una guerrilla cruel compuesta en parte por niños que cortaban manos había tomado dos tercios de la capital, Freetown, derrotando a los indisciplinados, corruptos y poco efectivos soldados nigerianos de la misión de paz regional (Ecomog).

Un equipo de la agencia rival había enviado un material terrorífico y de primera clase sobre aquella guerra: cuerpos hinchados por el sol y abandonados en la calle, buitres devorando las entrañas y, sobre todo, mucha desolación. El equipo de la agencia rival fue tiroteado a los pocos días. Murió el productor Miles Tierney, resultó herido de gravedad Ian Steward y el fotógrafo David Guttenfelder. Cuando matan a periodistas en una guerra olvidada muchos otros periodistas pierden interés. No fue el caso de Corinne Dufka, quien peleó duro por ir al centro de la noticia. Su jefe en Londres, tal vez sentado en un despacho de la agencia Reuters con una jarra de pésimo café inglés hirviendo a la mano, respondió: No interesa.

Esta negativa automática, y muy poco periodística, condenó a cientos de miles de personas a la invisibilidad informativa. Cerca de 7.000 seres humanos murieron en Freetown en tres semanas (un número muy elevado si tenemos en cuenta que 10.000 fueron los muertos durante tres años y medio del cerco criminal en Sarajevo) sin ocupar un lugar en los titulares de unas noticias internacionales que se nutrían sólo del morbo y el espectáculo de la mancha que le había salido al vestido de Monica Lewinsky.

A veces se nos olvida que el cáncer viene de lejos, que los síntomas del deterioro ya estaban allí. Si Dufka hubiese acudido a esa guerra, habría fotografiado con valor y calidad (como hizo en Centroamérica, Bosnia-Herzegovina y África) lo que sucedía debajo del iceberg (por el cartel del post: África en las noticias y el The New York Times y otros grandes periódicos anglosajones hubiesen tenido fotografías extraordinarias para sus primeras páginas.
Una foto, como del hombre con un agujero en la espalda caído sobre una valla en Sarajevo en agosto de 1995, tras el segundo bombardeo del mercado, es capaz de poner en marcha un mecanismo de respuesta. Sierra Leona no lo tuvo. Hay responsables de ese silencio.

En Sierra Leona, y Ruanda y en muchos otros lugares, no falló sólo la llamada comunidad internacional, fallamos los periodistas, los que dicen no interesa con una jarra de mal café inglés entre las manos y los que tienen miedo y también los que sólo miran presupuestos como si entre todos esos números estuviera la salvación de un oficio que se nutre de historias, de gente, de vida. La información no es una mercancía que se vende -verbo que se ha incrustado en el vocabulario de muchos-, la información libre es la base de la democracia. Eso es lo que está en juego: valores, ideas. Sin información solo hay una inmensa impunidad.

PD. Corinne Dufka dejó la agencia Reuters y el periodismo. Algo que benefició a África: es autora de extraordinarios informes para Human Rights Watch. Documentó con textos y fotografías el sufrimiento de Sierra Leona para que nadie pudiera decir nunca más No interesa.

PD mía: fue invocando su nombre y su impulso que empecé este blog: http://parlezmoiparole.blogspot.com/2008/05/la-palabra-tiene-la-palabra.html

16.9.09

Say no more


Say no more about The Great Significant.

10.9.09

2001, Odisea


REVERSIBLE

El frasco intacto de pimienta de Jamaica entre sus ropas.
El Mercedes se aleja bajo la pedrea.
Una familia en viernes sorprendida.
Rechinan las cubiertas fuera del perímetro.
Se deja transportar con la docilidad de siempre, hacia la cápsula.
Ruge el motor, a quien quiera acercársele.
Hay barro en las suelas de los Caterpiller, del otro lado de la cinta amarilla.
Esperándolas.
Bajo el paraguas, el cadáver dentro de su propia silueta, lo ve como al pasar.
Brillos de angelitos obesos escoltan la avenida.
Por la vereda transitan los escombros.
Un fantasma de tiza.
Ayuden a bajar a la anciana, le puede dar un ataque, está pidiendo auxilio.
El hombre gordo vocifera con medio cuerpo desparramado sobre el capó del móvil.
A ella no le gustan las escenas.
Abuela, quédese tranquila, ya terminó todo.
Se abren camino entre una nube de flashes.
Qué vergüenza, una criatura, vivir esto.
Una mujer de unos treinta y cinco años lleva a una niña de la mano.
Prendé la cámara Huguito, dale que salimos, cerrá plano ahí.
Alguien se asoma entre los vidrios rotos.
La ambulancia se estaciona atravesando la vereda.
Por favor no entorpezcan, detrás de la cinta.
Oficial, quiero saber si mi hijo está bien.
QSL.
El chico hace señas en medio de los uniformados que le palmean la espalda.
Ya llegan los refuerzos, me confirman que la ambulancia hace QTN para acá.
El hombre herido se desmaya sobre la manta que tiende la chica del uniforme verde, a salvo de la altura.
Una chica viene corriendo desde la farmacia.
Perros brincando por los techos, se adivinan los fierros, las púas, los cuchillos pegados a los cuerpos.
Una mujer oscura empujando los bultos, pendiente abajo, la cortada.
Vamos, Nene.
Unos tiros aislados, las pisadas veloces de los borceguíes.
Morirse así.
Miles de agujetas, con furia, empañan, lavan.
Yace descoyuntado, una mala caída, ley de Murphy.
Las sirenas, los pasos precipitados, las puteadas abajo.
Se escucha un no prolongado y coral.
Empujado al vacío, hacia la balacera.
La mano del que manda, ahora.
Traidor hijo de puta.
Un perro alfa no puede secundar.
El Jefe parado en la cornisa.
Ahora o nunca. Nene lo deja hacer.
Boludo qué te pasa.
El hombre herido fuera de su alcance, contra la chimenea, de un empujón, tan fácil.
Te digo que lo sueltes, el Cabezón nunca le ha hablado así.
Qué hacés Cabezón, estás loco.
El Jefe siente el caño de la pistola en la nuca.
Olor a azufre en el aire.
Y a vos qué mierda te pasa, Cabezón.
Caen enormes las primeras gotas.
Soltalo te digo, dejalo ir, no ves que se desangra, nosotros no vinimos a matar a nadie.
No disparen.
Lo tiene agarrado de los pelos, la mano del que manda.
Afuera el cielo se llena de turbiedad.
Escucha mami a sus espaldas, cuando la puerta se abre piensa es el fin.
Todavía no.
Rápido Nene, traelos a esos dos, al que está herido también.
Las puteadas, las órdenes.
No disparen, hay rehenes.
Las sirenas, los pasos precipitados, la noche del otro lado del encierro.
Para que no me olvides, linda.
Un frasco caoba, etiqueta marrón, letras negras, borde dorado.
Tomá, de recuerdo.
Los ojos fugazmente compasivos del Cabezón sobre la mujer que tiembla.
No te voy a hacer nada, pará de temblar, sólo quiero olerte, olés lindo vos, como huelen las minas de guita.
Pegado a ella, vuelve a sentirlo entre los glúteos, empujada hacia el baño.
Negra, vos te vas por atrás, llevate las dos bolsas.
Dejale la pendeja al Nene.
Tranquila viejita, vamos a hacer un paseíto corto, no te vas a morir ahora, eh, por acá, despacito, subí las escaleras.
Una tenaza que tira del cuello de la remera y la levanta.
Yo me encargo de esta, Cabezón, tapale la boca a la vieja para que deje de chillar, vamos arriba, vamos.
A la terraza, dice que van.
El empleado asiente con la cabeza desde el piso al que interroga.
La yuta, viene la yuta, vení vos, negra, agarrá a la pendeja.
Reflejos de luces rojas sobre los mosaicos en damero.
Se creen que esto es joda.
No te preocupes mi amor, mamá está cerca.
El hombre grita como un perro.
Le sale el chorrito por debajo de la falda con puntillas.
Cerrá los ojos, mi vida, me escuchás Mara.
Un disparo.
Los dedos se estiran hacia el aparato.
Es veloz el chasquido del seguro al correrse.
De quién es ese celular, la puta que lo parió.
Partículas de aroma intenso, condensadas, ruedan a sus pies.
Se quedan quietos, la cabeza contra el suelo.
Huele, el hocico levantado, perro en celo, a la presa.
Ella no para de temblar.
Le apoya la pistola entre nuca y la oreja.
Le roza con el caño la cara interior de los muslos.
El Jefe tiene un arma cerca de los testículos, le roza, lo excita saber que está ahí, mira a la mujer tirada con las piernas abiertas boca abajo, tiene ganas de violar a la mujer que llora.
Fuerte a sal marina el tufo de señora bien, huele más por el miedo.
Un relámpago de odio, la ambición que espera su momento aunque reciba dócil la bolsa que el entrega el Jefe.
Vos Nene, fichalo a éste.
Vas a poner en estas bolsas los relojes, a tu izquierda están los whiskys.
Viejita, tengo un laburo para vos.
Será el pulsador de alarma, puede ver de soslayo al empleado que tantea bajo el mostrador, antes de tirarse al piso.
Cabezón, vigilá a la vieja. Intenta un pedido de clemencia, casi inaudible.
Al piso vos también.
Vení bonita, no llorés, te quedás acá acostadita en el piso, boca abajo, al lado de tu mamita. La niña se aferra al jogging.
Si se portan bien no les hacemos nada.
Haberse quedado en casa.
Se escucha un trueno, afuera.
Soñando.
Vamos, vamos, suelten las billeteras, mamita vos también, abuela quédese ahí, quietita contra la pared.
El joven detrás del mostrador, las manos en alto, cada movimiento en cámara lenta.
La puntada debajo del estómago. Son tres y una mujer.
Del otro lado de la puerta, la patada, el estruendo.
Qué gente, hijita.
Llegan los gritos, antes.
Mami, qué pasa. Quiénes son esa gente con los pañuelos en la boca.
Hija dejá el frasco en la canasta, no desenrosques la tapa, que se va a enojar el señor.
El empleado mira hacia la puerta con alguna inquietud.
Y mazapán de Toledo.
Hoy queremos cerrar antes, por las dudas, por favor, señora, no se demore mucho.
Qué va, si es siempre lo mismo. ¿Hay plantines de albahaca?
El de las hojas más pequeñas, por favor.
Hay lío señora, no vio los noticieros.
Pero si todavía es temprano.
El empleado le hace señas de que está cerrando.
Hay dos personas en el interior.
Déjeme en la esquina, por favor.
Sí, sí, está pesada la calle señora, yo la dejo a usted y me vuelvo a mi casa. Dom Perignon, dice en voz alta cuando doblan por Sucre.
Esté pesado.
Mara, quedate quieta, por favor.
Queso de cabra al oreganato para los canapés.
Prefiere el taxi.
Castañas de cajú para acompañar el champán.
La nena grita puedo ir con vos.
Le cierran el delicatesen.
Rojos y verdes, los colores de la natividad.
Doce cubiertos, doce copas espigadas, doce tréboles de cotillón para la suerte.
Tiene poco tiempo para cambiarse y salir.
Le pide a la chica que haga correr el agua y le busque la bata en el ropero mientras se desnuda.
Es su especialidad, lo que reclaman siempre los amigos, su marca registrada.
Aunque abrase el calor y el pavo se lleve mejor con el invierno.
Es tarde para cambiar el menú, lo ha decidido.
En la alacena no hay más, no la encuentro, señora.
Un grupo de nubarrones avanza desde la periferia.
Toda la tarde con el masajista.
Es que no tuvo tiempo ni de mirar el diario.
Hay que apurarse, los invitados llegan a las nueve.
Eso que le falta, eso que va a buscar, a la sazón.
Sobre la carne desabrida, el golpe inesperado de la especia.

Publicado en Decamerón Cordobés: Libro Tres: De los crímenes (Babel, Córdoba, 2007)

9.9.09

Pathos y Eros


Una manera de desplazarse ahí, desde lo quieto, bajo la tensión que tiende hacia: un Pathos melancólico. No huye, no del deseo y del goce que produce la preparación del encuentro.
Gatbsy detiene su auto en mitad de la carretera hacia el que, sabe, será el primer encuentro esperado durante años con la mujer que ama. Se detiene y goza de ese momento que será irrepetible. Y que la consumación erótica no podrá superar.
La espera, el deseo, eso que nos lanza al camino. La suspensión en acto. Un acto estético. Teatral.