30.11.09

Y llovieron banderas...

Aún en medio de nubarrones, Latinoamérica se pronuncia...

Los uruguayos festejaron ayer el triunfo electoral del candidato presidencial del Frente Amplio, José Mujica. "El poder está en el corazón de las grandes masas", fueron sus palabras, al despedirse de la muchedumbre que lo vitoreaba cuando los resultados ya eran indudables.
¿Qué diría Francis Fukuyama de todo esto?

24.11.09

La voz de la sangre


Tabita Peralta Lugones nació en Buenos Aires, tiene sesenta años y, desde los 21, vive entre Barcelona y París. Parió cinco hijos, escribió libros de gastronomía, dirigió revistas eróticas, tradujo más de cien libros, fue ghost writer durante los años del franquismo. Y después de andar por las orillas de los textos, como tanteando la temperatura del agua antes de sumergirse, escribió Retrato de familia (Emecé, 2009), su propia memoria íntima de la saga familiar y trágica a la que pertenece. Y vaya si se lanzó a las aguas profundas y negras de la novela-río que anudan el Delta y el Río de la Plata, las letras y la política del siglo 20 argentino.

En este relato teatralizado, confrontan las voces de la Protagonista (la escritura) y la Mujer (la Hija); la abuela y su segundo marido; Ale, el hermano, suicidado a los 21 años en la misma isla del Tigre donde su celebérrimo pariente se tomó el veneno; el Padre y Marie, la amiga. Pero, por sobre todos ellos, como el espectro hamletiano, está la Madre: Susana “Pirí” Lugones. Y es con su omnipresencia que Tabita libra su verdadero duelo, con toda la ambivalente riqueza que entraña ese concepto. Duelo que es dolor y combate. Y que siempre es combate entre dos.

A la historia de los Lugones la han contado, entre otros, Marta Merkin (Los Lugones, una tragedia argentina), Eduardo Muslip (Fondo negro), Analía García y Marcela Fernandez Vidal (Pirí) y la cineasta Paula Hernández (Familia Lugones). La insinuaron Ricardo Piglia (La ciudad ausente); Andrés Rivera (El verdugo en el umbral) y David Viñas (Literatura argentina y política: De Lugones a Walsh). La protagonizan los dos Leopoldos: el poeta nacional, celebrante de la hora de la espada y suicida; su hijo el comisario torturador y suicida y Pirí, la hija del comisario, intelectual, montonera y asesinada en la Esma. Hay muchas figuras secundarias a esta trama, hoy nombres conocidos en el campo cultural y político, que cruzaron sus vidas con “ese apellido turbador”, citando la expresión de Viñas. Uno de ellos es Rodolfo Walsh, pareja de Pirí durante varios años y mentor de su militancia política.

Atenta a su linaje literario -¿la única fidelidad posible?-, una mujer recuerda, mientras degusta vinos exquisitos, prepara algún plato de pescado, imagina -¿sobrevive?- la vejez por venir. Escribe: un retrato que no es, una novela que parece un drama sin serlo. Su poética se inscribe en la encrucijada de los géneros: “trato de recordar esquirlas de palabras. Intento el recuerdo de los espejos”. Escribe para recordar; porque recuerda, “esta novela, mi primer libro de verdad”: literatura de verdad.

Publicado en Vos de La Voz, 26-11-09.

21.11.09

Noviembre



A veces atrapamos los ojos frágiles de nuestros hijos.

Hogar de naipes que construimos
con paciencia de caracol.

Vela el placard la enagua de la madre.

La noche es sin caricias.

20.11.09

Nómades y sedentarios

Caín y Abel
Por Sandra Russo.
Se comenta por ahí que Abel era nómade y Caín, sedentario. Y hay hasta quien dice que la historia de la humanidad puede leerse en función de la oposición, el rechazo, la necesidad de expulsión que sienten los sedentarios por los nómades.
Abel era pastor y Caín, labrador. Uno deambulaba junto a su rebaño de acuerdo con el clima y con el estado de la tierra. No estaba atado a un lugar sino a un estado de cosas: iba tras él, en un continuo microclima que creaba su propio desplazamiento. El otro echaba raíces, se definía a sí mismo como parte de un solo paisaje, le ponía nombre a su lugar de origen, creaba una bandera, componía un himno, y reglamentaba las condiciones en las que los extranjeros podían atravesar su territorio.
El primer crimen de la historia occidental permitió corporizar ese duelo simbólico entre los que migran y los que se afincan. Es que, si se lo piensa un poco, son dos maneras radicalmente opuestas de estar en el mundo.
En El rey de los alisos, Michel Tournier sugiere que “la querella entre Caín y Abel prosigue generación tras generación, desde el principio de los tiempos hasta nuestros días, como la atávica oposición entre nómades y sedentarios o, más exactamente, como la encarnizada persecución de que son víctimas los nómades por parte de los sedentarios”. Tournier dice que un ejemplo, un remedo desdibujado pero descendiente de aquella lucha, son los carteles que rezan, al lado de cada entrada a los pueblos, “prohibido acampar”.
Se prohíbe, según ese cartel, establecer un campamento, un estilo de vida precario en el que es imposible aplicar el concepto de propiedad privada, toda vez que la propiedad privada es un invento de los sedentarios. El nómade no tiene nada porque no le interesa apropiarse de la tierra ni llenarla con objetos de valor. El nómade no es dueño de nada. Cuanto menos tenga, más fácil será su traslado hacia otro lugar cuando el clima cambie. Mientras el nómade traza sus propios valores en virtud de su modo de vida, y se distrae viajando, el sedentario se distrae primero declarándole la guerra al nómade y más tarde haciendo leyes para perseguir las inmigraciones ilegales.
Caín, por su crimen, fue condenado por su Padre a vivir el destino de su hermano. “Ahora –dijo el Eterno– serás maldito en la tierra que abrió la boca para recibir la sangre de tu hermano. Cuando la cultives ya no dará sus frutos, y andarás por ella errante y fugitivo.” Un castigo, se ve, de múltiples lecturas psicológicas, políticas, antropológicas. Un primer daño al medio ambiente causado por Dios en persona, no sólo para advertirle al ser humano que no se debe matar, y mucho menos al hermano, sino además para inaugurar oficialmente la necesidad de huir. Cuando la tierra no dé más frutos, Caín deberá abandonarla si quiere sobrevivir. Esa insistencia divina en la existencia de nómades nos dice, seguramente, que los nómades son inevitables.
A partir de estas reflexiones, dos propuestas para pensar en esto.
La primera, que la lucha entre nómades y sedentarios se puede observar perfectamente hoy, tanto en la xenofobia europea como en el muro entre Estados Unidos y México, como en la explotación, en los países periféricos, de los trabajadores golondrina o los esclavos textiles. Los sedentarios sólo dan a los nómades el permiso de paso cuando pueden usarlos o bien para hacer rendir los frutos de la tierra, o bien para acumular más propiedad privada.
La segunda, la posibilidad de que en cada uno de nosotros esas dos partes estén presentes. Un yo nómade y un yo sedentario en constante puja y persecución. Un impulso hacia el traslado y un impulso hacia la raíz. ¿Cómo resolver en cada espíritu esa ecuación entre dos necesidades tan vitales? Lo retentivo y lo expulsivo pueden leerse en esta clave. Se pueden adivinar también, en esa misma escena, millones de fracasos afectivos entre quienes intentan vivir bajo contratos fijos, estables y rígidos, tan tranquilizadores como alienados, y quienes son nómades en sus sentimientos, y se trasladan de amorío en amorío buscando un clima que les guste. En todo caso, la idea ilumina una tensión de la que todos sabemos, por la que todos hemos pasado y seguiremos pasando.
En El rey de los alisos la lucha no se describe con distancia ni ánimo contemporizador. El autor toma partido decidido y de alguna manera insinúa lo ilusorio de esa lucha. No se puede no ser nómade.
Con prosa arrasadora, Tournier susurra y vaticina una lluvia de fuego sobre los sedentarios, “que serán arrojados en confuso montón a los caminos, y huirán enloquecidos de sus ciudades malditas y de la tierra que se niega a alimentarlos. Y yo, Abel, el único sonriente y saciado, desplegaré las grandes alas que escondo bajo la ropa de mecánico, golpearé con el pie los cráneos ennegrecidos, y alzaré vuelo hacia las estrellas”.
(Al artículo lo saqué de acá, en el sitio de Sandra Russo).

9.11.09

Irrelevant



Había, por cierto, en el papel, un blanco.
El principio era el caos: no en sentido temporal, sino en tanto método.
Escucho: sobre y de Cage, una definición de las atribuciones del "ritmo": algo no organizado, no repetitivo. Algo que sucede, inesperado, "irrelevant".
Se trata de vivir conforme a Kayrós, escucho decir, o creo: y apunto, obediente.
Entonces vuelvo: el principio era el caos, un silencio y aún, por ello mismo, un pleno de expectación.
No un blanco puro pues sino en grado cero su consecuente finitud, que grita, demasiado, su demanda de organización.
Asi como la desnudez revela menos que el atuendo; o el rostro menos que la máscara. Así, el silencio atruena en sus posibilidades.
Y antes del signo, la mancha, la incisión, el trazo, el lugar pregnante de lo informe.
Bacon creaba desde la mancha hacia un devenir figura que resultaba ser una (otra) mancha. En rigor de verdad: una de-formidad.
Kairós en la encrucijada de cuerpos que chocan.
No hay poiesis sin caos. Ni política: finalmente, fuera de Kayrós.