1.7.12

Didascalia (apuntes para un teatro de la memoria)







Migrar del personaje (su parlamento, su máscara).
Ser parte del coro, de la platea, de los iluminadores, de los tramoyistas. Confundirse (fundirse con ellos).
Perpetrar el apagón para oscurecer, desdibujar; es propicio, como dicen los chinos en el libro de las mutaciones. Es propicio, estropicio. Estropear la obra, interviniéndola. Sacarla, salirse de libreto. Noche y sonoridad, lo que acontece.
Nadie contesta las preguntas, nadie se traviste, nadie aplaude en la obra que se va haciendo. No hay actos, no hay cierre. El público (que es decir, el actor, el técnico, el director; que es decir, el personaje), puede irse cuando quiera, y volver cuando lo desee. La memoria se presenta como una sucesión de voces en off que intercambian sus roles sin previo aviso.  Se escuchan frases cortas y monosílabos que perviven como residuos atómicos de lo que fue alguna vez la comunicación entre los hombres.
A tientas deambulan, fantasmales, tratando de construir una lengua nueva para los oídos, nacida de la perplejidad y la intemperie.








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