10.9.09

2001, Odisea


REVERSIBLE

El frasco intacto de pimienta de Jamaica entre sus ropas.
El Mercedes se aleja bajo la pedrea.
Una familia en viernes sorprendida.
Rechinan las cubiertas fuera del perímetro.
Se deja transportar con la docilidad de siempre, hacia la cápsula.
Ruge el motor, a quien quiera acercársele.
Hay barro en las suelas de los Caterpiller, del otro lado de la cinta amarilla.
Esperándolas.
Bajo el paraguas, el cadáver dentro de su propia silueta, lo ve como al pasar.
Brillos de angelitos obesos escoltan la avenida.
Por la vereda transitan los escombros.
Un fantasma de tiza.
Ayuden a bajar a la anciana, le puede dar un ataque, está pidiendo auxilio.
El hombre gordo vocifera con medio cuerpo desparramado sobre el capó del móvil.
A ella no le gustan las escenas.
Abuela, quédese tranquila, ya terminó todo.
Se abren camino entre una nube de flashes.
Qué vergüenza, una criatura, vivir esto.
Una mujer de unos treinta y cinco años lleva a una niña de la mano.
Prendé la cámara Huguito, dale que salimos, cerrá plano ahí.
Alguien se asoma entre los vidrios rotos.
La ambulancia se estaciona atravesando la vereda.
Por favor no entorpezcan, detrás de la cinta.
Oficial, quiero saber si mi hijo está bien.
QSL.
El chico hace señas en medio de los uniformados que le palmean la espalda.
Ya llegan los refuerzos, me confirman que la ambulancia hace QTN para acá.
El hombre herido se desmaya sobre la manta que tiende la chica del uniforme verde, a salvo de la altura.
Una chica viene corriendo desde la farmacia.
Perros brincando por los techos, se adivinan los fierros, las púas, los cuchillos pegados a los cuerpos.
Una mujer oscura empujando los bultos, pendiente abajo, la cortada.
Vamos, Nene.
Unos tiros aislados, las pisadas veloces de los borceguíes.
Morirse así.
Miles de agujetas, con furia, empañan, lavan.
Yace descoyuntado, una mala caída, ley de Murphy.
Las sirenas, los pasos precipitados, las puteadas abajo.
Se escucha un no prolongado y coral.
Empujado al vacío, hacia la balacera.
La mano del que manda, ahora.
Traidor hijo de puta.
Un perro alfa no puede secundar.
El Jefe parado en la cornisa.
Ahora o nunca. Nene lo deja hacer.
Boludo qué te pasa.
El hombre herido fuera de su alcance, contra la chimenea, de un empujón, tan fácil.
Te digo que lo sueltes, el Cabezón nunca le ha hablado así.
Qué hacés Cabezón, estás loco.
El Jefe siente el caño de la pistola en la nuca.
Olor a azufre en el aire.
Y a vos qué mierda te pasa, Cabezón.
Caen enormes las primeras gotas.
Soltalo te digo, dejalo ir, no ves que se desangra, nosotros no vinimos a matar a nadie.
No disparen.
Lo tiene agarrado de los pelos, la mano del que manda.
Afuera el cielo se llena de turbiedad.
Escucha mami a sus espaldas, cuando la puerta se abre piensa es el fin.
Todavía no.
Rápido Nene, traelos a esos dos, al que está herido también.
Las puteadas, las órdenes.
No disparen, hay rehenes.
Las sirenas, los pasos precipitados, la noche del otro lado del encierro.
Para que no me olvides, linda.
Un frasco caoba, etiqueta marrón, letras negras, borde dorado.
Tomá, de recuerdo.
Los ojos fugazmente compasivos del Cabezón sobre la mujer que tiembla.
No te voy a hacer nada, pará de temblar, sólo quiero olerte, olés lindo vos, como huelen las minas de guita.
Pegado a ella, vuelve a sentirlo entre los glúteos, empujada hacia el baño.
Negra, vos te vas por atrás, llevate las dos bolsas.
Dejale la pendeja al Nene.
Tranquila viejita, vamos a hacer un paseíto corto, no te vas a morir ahora, eh, por acá, despacito, subí las escaleras.
Una tenaza que tira del cuello de la remera y la levanta.
Yo me encargo de esta, Cabezón, tapale la boca a la vieja para que deje de chillar, vamos arriba, vamos.
A la terraza, dice que van.
El empleado asiente con la cabeza desde el piso al que interroga.
La yuta, viene la yuta, vení vos, negra, agarrá a la pendeja.
Reflejos de luces rojas sobre los mosaicos en damero.
Se creen que esto es joda.
No te preocupes mi amor, mamá está cerca.
El hombre grita como un perro.
Le sale el chorrito por debajo de la falda con puntillas.
Cerrá los ojos, mi vida, me escuchás Mara.
Un disparo.
Los dedos se estiran hacia el aparato.
Es veloz el chasquido del seguro al correrse.
De quién es ese celular, la puta que lo parió.
Partículas de aroma intenso, condensadas, ruedan a sus pies.
Se quedan quietos, la cabeza contra el suelo.
Huele, el hocico levantado, perro en celo, a la presa.
Ella no para de temblar.
Le apoya la pistola entre nuca y la oreja.
Le roza con el caño la cara interior de los muslos.
El Jefe tiene un arma cerca de los testículos, le roza, lo excita saber que está ahí, mira a la mujer tirada con las piernas abiertas boca abajo, tiene ganas de violar a la mujer que llora.
Fuerte a sal marina el tufo de señora bien, huele más por el miedo.
Un relámpago de odio, la ambición que espera su momento aunque reciba dócil la bolsa que el entrega el Jefe.
Vos Nene, fichalo a éste.
Vas a poner en estas bolsas los relojes, a tu izquierda están los whiskys.
Viejita, tengo un laburo para vos.
Será el pulsador de alarma, puede ver de soslayo al empleado que tantea bajo el mostrador, antes de tirarse al piso.
Cabezón, vigilá a la vieja. Intenta un pedido de clemencia, casi inaudible.
Al piso vos también.
Vení bonita, no llorés, te quedás acá acostadita en el piso, boca abajo, al lado de tu mamita. La niña se aferra al jogging.
Si se portan bien no les hacemos nada.
Haberse quedado en casa.
Se escucha un trueno, afuera.
Soñando.
Vamos, vamos, suelten las billeteras, mamita vos también, abuela quédese ahí, quietita contra la pared.
El joven detrás del mostrador, las manos en alto, cada movimiento en cámara lenta.
La puntada debajo del estómago. Son tres y una mujer.
Del otro lado de la puerta, la patada, el estruendo.
Qué gente, hijita.
Llegan los gritos, antes.
Mami, qué pasa. Quiénes son esa gente con los pañuelos en la boca.
Hija dejá el frasco en la canasta, no desenrosques la tapa, que se va a enojar el señor.
El empleado mira hacia la puerta con alguna inquietud.
Y mazapán de Toledo.
Hoy queremos cerrar antes, por las dudas, por favor, señora, no se demore mucho.
Qué va, si es siempre lo mismo. ¿Hay plantines de albahaca?
El de las hojas más pequeñas, por favor.
Hay lío señora, no vio los noticieros.
Pero si todavía es temprano.
El empleado le hace señas de que está cerrando.
Hay dos personas en el interior.
Déjeme en la esquina, por favor.
Sí, sí, está pesada la calle señora, yo la dejo a usted y me vuelvo a mi casa. Dom Perignon, dice en voz alta cuando doblan por Sucre.
Esté pesado.
Mara, quedate quieta, por favor.
Queso de cabra al oreganato para los canapés.
Prefiere el taxi.
Castañas de cajú para acompañar el champán.
La nena grita puedo ir con vos.
Le cierran el delicatesen.
Rojos y verdes, los colores de la natividad.
Doce cubiertos, doce copas espigadas, doce tréboles de cotillón para la suerte.
Tiene poco tiempo para cambiarse y salir.
Le pide a la chica que haga correr el agua y le busque la bata en el ropero mientras se desnuda.
Es su especialidad, lo que reclaman siempre los amigos, su marca registrada.
Aunque abrase el calor y el pavo se lleve mejor con el invierno.
Es tarde para cambiar el menú, lo ha decidido.
En la alacena no hay más, no la encuentro, señora.
Un grupo de nubarrones avanza desde la periferia.
Toda la tarde con el masajista.
Es que no tuvo tiempo ni de mirar el diario.
Hay que apurarse, los invitados llegan a las nueve.
Eso que le falta, eso que va a buscar, a la sazón.
Sobre la carne desabrida, el golpe inesperado de la especia.

Publicado en Decamerón Cordobés: Libro Tres: De los crímenes (Babel, Córdoba, 2007)

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