5.8.09

Cocin/arte






Hay platos que son verdaderas obras de arte. Y no hace falta que vayamos a Cataluña a probar uno de los exclusivísimos engendros futuristas de Adriá... ¿Cómo olvidar los poéticos dulces de ciruelas que preparaba mi abuela Ceferina de su propio huerto-jardín, con muuucha pulpa, el color del frasco, la fruta generosa y casi entera del contenido/continente de ese brindarse para el sabor / saber familiar ... hilo invisible de nuestros relatos? ¿O las pastafrolas de mi madre, altas y con generoso membrillo para nosotros y los amigos que siempre llegaban en patota a nuestra casa?... ¿O el arroz con frijoles que preparaba Olga, la cubana, durante mi estancia en Marianao?
Y fuera de la familia, en ese otro hogar que puede ser el mundo cada vez que elegimos entranjerizarnos, irnos un poco de nuestras rutinas, de los hábitos cotidianos, la aventura de descubrir maneras de sazonar, de presentar un plato, de acompañar la abundancia con especias y colores diversos.
Como en la ocasión que ilustran estas imágenes, en compañía de afectos queridos, domingo primereando agosto, en Plaza Asturias. Para empezar: una copita de jerez, pancitos frescos, manteca para untar. Después llegaron las cazuelas (de mariscos, de congrio), junto al malbec de rigor. Finale: natillas y otra invitación de la casa: lemoncello.
Dopo bajativo: caminata por San Telmo. Y un café como digno cierre de un Buenos Aires querido en el Bar Británico...
Et saluti!

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