Me entero el viernes de la muerte de una tía muy querida. Anciana ya, pero de esas personas que parecen inalterables, que siempre permanecerán idénticas a sí mismas. Idéntica con ochenta y largos a la tía que armaba las empanadas en mis recuerdos de niñez. Arruga más, arruga menos: varias menos, pues se había operado para disimular "las patitas", y siempre se maquillaba y andaba perfumada. Ella decía que no le gustaba "tener una cara triste". Que eso era envejecer.
Vivía sola, seis años después de enviudar de su segundo esposo, a quien había rescatado del alcoholismo -tras una primera viudez de un adicto irrescatable. Su casa de dos plantas, cerca de Tanti, parecía un vivero, era muy colorida, ordenada y limpia hasta la exasperación, con muchos adornos medio kitsch y un par de gatos díscolos. En la heladera siempre había comida a medio preparar "por si acaso viene gente"; ella había sido cocinera de Segba hasta que se jubiló. Nos encantaba hablar de recetas. En nuestras últimas charlas telefónicas hablábamos del amor (de hombres, de heridas, de deseos cumplidos y no).
Bueno, hay mucha historia, de ella, de ellos, de nosotros ligados a ellos, y no sé si quiero contarla, tipo obituario. Yo ya no sé si puedo escribir así. No me interesa.
Sólo rescatar estos jirones, precisamente, porque la sensación es que te arrancan un pedazo de esa casa de dos plantas a la que ya no se puede volver, llena de jardines, de chamamé y de valcesitos con guitarra criolla; como tampoco ya no se puede volver a la casa de los viejos, y sí, una vez más: que hay que aprender a despedirse. Que duele igual, serenamente (ella murió preparando el locro para recibir a sus amigos en el festejo de su cumpleaños ¿habrá una muerte más poética?) pero algo de ese lazo imantador se rompe; lo que duele es eso, ese tirón y el jirón de piel que arranca. Ellos eran de los que ligaban, sin que se note. Eran amorosos de verdad, de verdad.
Yo no soy familiera en un sentido cristiano; no me gustan los manejos culpógenos y culposos, las deudas y exclusiones, los tan mentados mandatos, que normalmente mantiene unidos a unos contra otros, con sus soberanías chotas. Por suerte existen excepciones como éstas y algunas más, que me hacen sentir parte de algo, de una historia, de venir de algún lado y de algunas gentes con don de gentes.
Vivía sola, seis años después de enviudar de su segundo esposo, a quien había rescatado del alcoholismo -tras una primera viudez de un adicto irrescatable. Su casa de dos plantas, cerca de Tanti, parecía un vivero, era muy colorida, ordenada y limpia hasta la exasperación, con muchos adornos medio kitsch y un par de gatos díscolos. En la heladera siempre había comida a medio preparar "por si acaso viene gente"; ella había sido cocinera de Segba hasta que se jubiló. Nos encantaba hablar de recetas. En nuestras últimas charlas telefónicas hablábamos del amor (de hombres, de heridas, de deseos cumplidos y no).
Bueno, hay mucha historia, de ella, de ellos, de nosotros ligados a ellos, y no sé si quiero contarla, tipo obituario. Yo ya no sé si puedo escribir así. No me interesa.
Sólo rescatar estos jirones, precisamente, porque la sensación es que te arrancan un pedazo de esa casa de dos plantas a la que ya no se puede volver, llena de jardines, de chamamé y de valcesitos con guitarra criolla; como tampoco ya no se puede volver a la casa de los viejos, y sí, una vez más: que hay que aprender a despedirse. Que duele igual, serenamente (ella murió preparando el locro para recibir a sus amigos en el festejo de su cumpleaños ¿habrá una muerte más poética?) pero algo de ese lazo imantador se rompe; lo que duele es eso, ese tirón y el jirón de piel que arranca. Ellos eran de los que ligaban, sin que se note. Eran amorosos de verdad, de verdad.
Yo no soy familiera en un sentido cristiano; no me gustan los manejos culpógenos y culposos, las deudas y exclusiones, los tan mentados mandatos, que normalmente mantiene unidos a unos contra otros, con sus soberanías chotas. Por suerte existen excepciones como éstas y algunas más, que me hacen sentir parte de algo, de una historia, de venir de algún lado y de algunas gentes con don de gentes.
Mi sentido de la familia, el que me gusta, el que elijo (con los precios que se paga por esa elección), se liga al de comunidad; es más bien político y está construido a partir de códigos y afinidades sensibles, de respetos, de libertad.
A cierta altura de la vida, me parece que la familia empieza a ser una trama de relatos.
Y un álbum.
De todas las que recuerdo, me quedo con una foto: la de la risa de esos dos, el día de su casamiento, 40 años después de vivir juntos, con fiesta, torta con cintitas, ramo de novia y orquesta... (los casó el intendente, que adoraba a mi tío, igual que casi todos los que conocían al único peronista de la familia) bailando unos tangazos, emperifollados y felices.
La muerte empieza sucederme cerca. Y se lleva a mis mejores.
A cierta altura de la vida, me parece que la familia empieza a ser una trama de relatos.
Y un álbum.
De todas las que recuerdo, me quedo con una foto: la de la risa de esos dos, el día de su casamiento, 40 años después de vivir juntos, con fiesta, torta con cintitas, ramo de novia y orquesta... (los casó el intendente, que adoraba a mi tío, igual que casi todos los que conocían al único peronista de la familia) bailando unos tangazos, emperifollados y felices.
La muerte empieza sucederme cerca. Y se lleva a mis mejores.
Fucking death.
4 comentarios:
hasta q están vivas en la memoria, no se mueren del todo. Las tías de todos.
Gracias Ross.
hablando de la familia: hoy es día de los muertos. esta tarde nos juntamos con mis hijos mas chiquitos a recordar a los abuelos,a los amigos que se fueron este año, a pensar en los dichos y en las cosas lindas que nos dejaron. comeremos torta con velitas, brindaremos con té o con jugo, y miraremos fotos viejas, cosa de estar con ellos bien, un ratito. Laura Cámara
Hola Laura!
Hermoso ritual, necesario, recordar con otros, para mantener vivo el hilo invisible. Gracias por tus palabras y bienvenida.
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