22.9.11

Hembra

Desde que empecé a envejecer, comencé también a apreciar detalles de otros cuerpos envejeciendo: las texturas, los pliegues, las manchas y cicatrices. Rastros de una historia, al tiempo que señales de la progresiva molicie. El de ella acumulaba grasas en forma pareja, el cabello finito y raleado por las sucesivas tinturas, los ojos buscando implorantes el sitio de la voz. Pero estaba la piel, ese milagro de la genética y de su constancia. Que todos los días, tras el baño matinal y antes de acostarse, untaba copiosamente con crema Pons. Suave y lechosa, su piel parecía el último reducto de una delicadeza, no sofocada aun del todo por la frustración y la amargura en el verbo encarnado. Desde esa frontera porosa de su cuerpo al que iban deteriorando por dentro la enfermedad y el miedo, seguía hablando la potencia de existir. La soberanía de la hembra.


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