“¿Cuántas fronteras tendremos que cruzar para llegar a casa?”T. Angelopoulos
Él es uno de los grandes actores del cine internacional, aunque su partida de nacimiento diga que Harvey Keitel nació en Brooklyn, Nueva York. (Bueno, N.Y. no es estrictamente Estados Unidos).
Keitel hace gala de una sutileza y una ductilidad proverbiales. (Algo que les falta a las estrellas yanquis, a quienes el personaje les sirve de pretexto para actuar de sí mismos).
Fue capaz de ponerle el cuerpo al Maldito policía de Ferrara; al buen salvaje de La lección de piano; al sensible comerciante de Smoke; al temible gángster de Los perros de la calle.
Al Odiseo de La mirada de Ulises.
¿Por qué un clásico estrenado hace 15 años puede ser hoy una novedad?
¿Es que acaso alguna vez el poema homérico dejará de serlo?
A, el Odiseo del prodigioso filme de Teo Angelopoulos, vuelve a Grecia tras varios años de exilio en Estados Unidos, para acompañar el estreno de una película suya. En realidad, el interés genuino de su viaje radica en encontrar y rescatar la primera película que hicieron en su país los hermanos Manakis, tres rollos de cinta misteriosamente desaparecidas.
El viaje es un periplo lleno de riesgos y descubrimientos, como es de imaginar tratándose de la travesía de un Ulises moderno.
Con el terrible marco de la guerra balcánica de principios de los 90, uno de los destinos al que lo conduce su obsesiva búsqueda. Con sus recuerdos y fantasmas, que lo esperan en un cruce de fronteras o en la estación de tren de un pueblito en los lindes.
El film es de una belleza que lastima. Es la belleza de la poesía, en medio de todo: de la masacre, de la muerte, del desasosiego, del amor, de la amistad, de la memoria.
Recordé por qué me había impactado la primera vez que lo vi, las escenas aun permanecían en mi mente: largos planos secuencia, un río eterno transportando la estatua dislocada de Lenin y la gente en las orillas persignándose a su paso; dos hombres compartiendo un trago de vodka bajo la nieve... Imágenes.
Precisamente porque el silencio reina, es que el silencio nos obliga a mirar con A.
Lo que no recordaba es que el deseo no es sólo buscar la mirada que no tenemos, la mirada por-venir. Aquello que hace a nuestra falta y promesa: una esperanza, tal vez.
El deseo aquí es reencontrar la mirada perdida: la de estos griegos medio anarquistas; la de una cultura: la del griego errante en su metamorfosis humana.
No recordaba el porqué de su imposibilidad de amar a una mujer (siempre la misma, en toda circunstancia y lugar). Él se despide de ella, una vez más, llorando. Cuando ella le pregunta por qué llora, él dice:
-Porque no puedo amarte.
Su Penélope de distintos nombres y un único rostro, lo esperará siempre.
Él pierde todo; sólo cuando pierda toda esperanza, podrá ser un hombre, otra vez. Podrá amar. Él antes tiene que perderla para saberlo.
Recuperar la inocencia. Fundar una mirada: “Al principio llegué a pensar que era un rostro. Después se transformó en algo perdido. Ahora es una mirada que creía perdida; una especie de nacimiento.”
Él es uno de los grandes actores del cine internacional, aunque su partida de nacimiento diga que Harvey Keitel nació en Brooklyn, Nueva York. (Bueno, N.Y. no es estrictamente Estados Unidos).
Keitel hace gala de una sutileza y una ductilidad proverbiales. (Algo que les falta a las estrellas yanquis, a quienes el personaje les sirve de pretexto para actuar de sí mismos).
Fue capaz de ponerle el cuerpo al Maldito policía de Ferrara; al buen salvaje de La lección de piano; al sensible comerciante de Smoke; al temible gángster de Los perros de la calle.
Al Odiseo de La mirada de Ulises.
¿Por qué un clásico estrenado hace 15 años puede ser hoy una novedad?
¿Es que acaso alguna vez el poema homérico dejará de serlo?
A, el Odiseo del prodigioso filme de Teo Angelopoulos, vuelve a Grecia tras varios años de exilio en Estados Unidos, para acompañar el estreno de una película suya. En realidad, el interés genuino de su viaje radica en encontrar y rescatar la primera película que hicieron en su país los hermanos Manakis, tres rollos de cinta misteriosamente desaparecidas.
El viaje es un periplo lleno de riesgos y descubrimientos, como es de imaginar tratándose de la travesía de un Ulises moderno.
Con el terrible marco de la guerra balcánica de principios de los 90, uno de los destinos al que lo conduce su obsesiva búsqueda. Con sus recuerdos y fantasmas, que lo esperan en un cruce de fronteras o en la estación de tren de un pueblito en los lindes.
El film es de una belleza que lastima. Es la belleza de la poesía, en medio de todo: de la masacre, de la muerte, del desasosiego, del amor, de la amistad, de la memoria.
Recordé por qué me había impactado la primera vez que lo vi, las escenas aun permanecían en mi mente: largos planos secuencia, un río eterno transportando la estatua dislocada de Lenin y la gente en las orillas persignándose a su paso; dos hombres compartiendo un trago de vodka bajo la nieve... Imágenes.
Precisamente porque el silencio reina, es que el silencio nos obliga a mirar con A.
Lo que no recordaba es que el deseo no es sólo buscar la mirada que no tenemos, la mirada por-venir. Aquello que hace a nuestra falta y promesa: una esperanza, tal vez.
El deseo aquí es reencontrar la mirada perdida: la de estos griegos medio anarquistas; la de una cultura: la del griego errante en su metamorfosis humana.
No recordaba el porqué de su imposibilidad de amar a una mujer (siempre la misma, en toda circunstancia y lugar). Él se despide de ella, una vez más, llorando. Cuando ella le pregunta por qué llora, él dice:
-Porque no puedo amarte.
Su Penélope de distintos nombres y un único rostro, lo esperará siempre.
Él pierde todo; sólo cuando pierda toda esperanza, podrá ser un hombre, otra vez. Podrá amar. Él antes tiene que perderla para saberlo.
Recuperar la inocencia. Fundar una mirada: “Al principio llegué a pensar que era un rostro. Después se transformó en algo perdido. Ahora es una mirada que creía perdida; una especie de nacimiento.”
3 comentarios:
Fiel a mi proverbial desmemoria para las películas, solo recuerdo imágenes de la mirada de ulises. La estoy bajando para volverla a ver. Con tu comentario me hiciste recordar que para Spinoza, la esperanza es, junto con el temor, una pasión triste. Habría que liberarse del temor y, también de la esperanza, para que florezcan las pasiones alegres. Eso, nada más. Hacía mucho que no venía por tu blog, no voy por ninguno en estos días en que tengo que controlar mi natural dispersión. Como siempre, venir, conmueve.
"No se dan afectos de esperanza y de miedo sin tristeza", dice Spinoza,
Cuando me contaste que estabas leyendo literatura brasilera, recordé un libro que te puede interesar, por dos razones: lo escribió un brasilero hijo de un inmigrante libanés. Haceme acordar y te lo paso, Relato de un cierto oriente, de Milton Hatoun.
Hay muchos libaneses en Brasil, el mismo Egberto Gismonti es hijo de una libanesa. Argentina, Chile y Brasil son los países que concentran la mayor cantidad de inmigración sirio-libanesa. Qué bueno lo de Spinoza... Claro! acepto tu oferta de prèstamo. Gracias por pasar! besos
y pensando en lo que decías de la esperanza, también recordé lo que dice derrida al final del monologuismo del otro, aquello de que el suyo es un deseo sin horizonte, porque en eso reside su oportunidad o su condición.
muy benjaminiano, no?
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