27.2.09
La odisea de una voz
La voz, la lengua, o un cierto estado de la lengua que hace cuerpo en eso que la retórica llama el estilo de un autor, produce en la escritura de Joao Gilberto Noll (Porto Alegre, 1946) una intensidad difícil de soportar si la actitud del lector se apoya estrictamente en la lógica del acontecer o si apenas busca una historia. Hay que leer: hay que escuchar. Hay que ver. Hay que entregarse a la deriva de Odiseo, es decir, la de su voz.
Noll era un autor desconocido entre nosotros, si bien en su país ha ganado importantes premios. Argentina lo ha descubierto en las tres novelas que editó el sello Adriana Hidalgo: Lord (2006), Bandoleros (2007, originalmente editada en 1985) y Harmada (2008) con traducciones de Claudia Solans y prólogo de Reinaldo Ladagga. Un escritor dentro de esa literatura portentosa cuyo linaje lleva las firmas de Machado de Assis, Manuel Bandeira, Joao Guimaraes Rosa, Clarice Lispector.
Derivar, delirar. Decíamos antes: la deriva. Que se trata de un viaje, un tópico que forma parte de los grandes relatos del mundo, pero no cualquier tipo de viaje. Lo desencadena una crisis, que no reviste la menor espectacularidad. Ningún mandato de un dios, ninguna conspiración, ninguna revolución, ninguna muerte la impulsan: es algo que se rompe adentro y empuja fuera: "Tomamos las cartas, sin saber cómo y hasta dónde se desarrollará el juego: podemos distraernos con el ruido de la lechuza, herirnos con la caída de la araña, tantos factores... pueden desviarnos de la ruta pretendidamente trazada" (Bandoleros).
Pequeños acontecimientos que son a la vida como el habla a la escritura: "Detestaba pensar previamente acerca de lo que tenía que contar. Me dejaba conducir por el habla, sólo eso, el habla nunca me defraudó" (Harmada). El habla es acto puro y, cuando ocurre, la lengua se pone a delirar: "De repente la voz de la trama se convierte en átomos centelleantes. Esferas microscópicas soltando chispas. Por todos los poros" (Bandoleros).
El otro, el mismo. Un escritor de mediana edad que ha fracasado con su matrimonio y su última novela (Bandoleros); un ex actor que busca retornar a su lugar de origen, tras una temporada de internación en un asilo (Harmada), parecen avatares de un único Odiseo revisitado: los personajes de las novelas de Noll encarnan siempre al mismo hombre que el autor lleva en su pecho, sin la menor posibilidad de que se disuelva; así se lo ha confiado a su par, Oliverio Coelho, en una entrevista reciente.
Aunque en ambas novelas el personaje se refiera a sus acciones en primera persona, la errancia de sus pensamientos, que a menudo lo sorprenden contemplándolos desde cierta distancia como si no le pertenecieran, van armando un relato atravesado por múltiples y fugaces encuentros: con el poeta niño; la futura ex mujer; el amigo que agoniza; la hija de la prostituta; el yanqui psicótico; el profeta del asilo... Pasajeros en tránsito, portan sus voces y se incorporan a la lengua del errante. Lengua popular y erudita: la poética de una voz intersticial. Mas no construida en la encrucijada de una serie de versiones otras, sino como experiencia de lo diverso en la propia subjetividad.
En Bandoleros, Noll extrema su apuesta y labra una memoria dislocada de los sucesos, en un eterno presente que engulle y mezcla los pasados, tanto como el fluir de la conciencia y el relato episódico. Acaso para objetar aquello que la ley de la ficción impone como artificio: la ilusión de que la vida de un sujeto pueda ser narrada linealmente.
Escribir, pintar. La epifanía se produce ante la suspensión de la garantía del relato como punto de retorno a cierta identidad legible. "Abandona toda esperanza" advierte el pórtico del infierno, cuando nos disponemos a ingresar al espectáculo de la comedia humana. Y aquí, como en las pinturas de Bacon, los cuerpos escenifican verdades con su propia lógica. Radicales, terribles: la lengua se estiliza y pinta: el cuerpo empujado cuesta abajo sobre la montaña de basura; el ave de rapiña sobrevolando su festín inminente, el niño-jefe de la banda contemplando impasible su obra desde el morro. Descoyuntada, trágica. La voz que pinta nos dice: hay algo más que otras voces, otras fronteras, otros yo. La odisea sin fin.
Nota mía publicada ayer en Cultura de La Voz del Interior
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