Pobrecitos
Sé que tiene miedo. Sé de dónde viene. Sé lo que le han hecho con sólo mirarla. Lo sé porque sus ojos tienen ese color que se emparda cuando mira a los otros. Suelen reconocerse de lejos, como si se olfatearan. Se les ve la voracidad: ¿quiere que le limpie el parabrisas, tía? Lléveme de acá por favor tía.
Ella entre ellos, una más y sin embargo. La miro y sé que no es como los demás. A veces ocurre que se llevan a alguno, de vuelta a su familia, y sé que volveré a verlo, perro apaleado. A veces los visitan, especialmente los domingos, personas llenas de piedad: con caramelos, galletitas, chocolates Kinder, unas bolsas grandes de ropa usada. Los juguetes llegan para las fiestas y el día del niño en cajas con el sello oficial. Hay donaciones. La gente es solidaria: la gente quiere a los niños. Vienen, pasan la tarde. Nosotros preparamos mate cocido con pan con manteca, que es el desayuno y la merienda de todos los días. Para que ellos vean cómo se vive aquí.
Odio que me digan cuando se marchan: qué tarea la de ustedes, qué valioso lo que hacen por estos pobrecitos.
2 comentarios:
Es un dolor, dolor. Indescriptible. La necesidad por un cambio tan profundo que excluye las donaciones y todo el circuito. No nos acostumbremos, eso sí.
Tal cual, es preferible que duela antes que acostumbrarnos. El cambio de políticas sobre minoridad se anuncia, veremos si realmente lo cumplimentan quienes deben. Un beso.
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