Hubo carne mechada, cena con champán, ensaladas y delicatessen varios, postre de frutos rojos variados con crema americana a elección y un bello ramo de rosas que una de las invitadas obsequió a la anfitriona.
La sobremesa se prolongó hasta cerca de las cuatro de la mañana.
Llovió suavemente en algunos momentos y, pese al concierto de voces, la paloma que anida en mi balcón no se inmutó.
Ni que hubiera sabido que aquello de que hablamos también toca de cerca su propio destino migratorio.
Antepasados irlandeses huyendo del "mal de la papa"; antepasados gallegos, anclados a orillas del Paraná; antepasados vascos que conservan intactas sus moradas medievales y el corazón hospitalario a sus descendientes; antepasados cubanos entre la revolución y la diáspora...
Que migrar no se trata sólo de tragedia. Que se trata también de una elección. Que podría ser, incluso, una vocación. Que algunos nacieron para ser nómades, o que aprendieron a elegir ese destino que se escabulle de las fijezas. Que algunos se acuerdan poco, porque en la familia no se hablaba de las heridas. Que para otros somos las heridas, las fugas, las búsquedas, las raíces y las transgresiones.
Que somos esos relatos de dolor y aventura; de rebeldía y pertenencia.
Que somos los que van, los que vienen, los que eligieron quedarse y que, aun así, siempre se están yendo de algún modo.
Eso, y mucho más.
Migrantes.
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